IGLESIA Y PARTITURA. LA PARROQUIA DE SANTA LUCIA QUE LA LEYENDA UBICA CERCA DE LA PULPERIA Y EL VALS QUE POPULARIZO MAGALDI.
Cada vez que se habla de Barracas y de las personas que hacen a su historia surge el nombre de Felicitas Guerrero y su trágico final, ese que dio origen a su leyenda. Es cierto: se trata de un relato muy fuerte y aquello merece semejante evocación. Pero ese barrio tan clásico de la ciudad tiene otro personaje muy nombrado y citado miles de veces y, al mismo tiempo, casi desconocido: la pulpera de Santa Lucía, esa “rubia” de “ojos celestes” que “cantaba como una calandria”.
A metros del actual cruce de las transitadas avenidas Montes de Oca y Martín García se encuentra la parroquia de Santa Lucía, un templo católico creado a partir del oratorio que existió allí desde el mil setecientos y pico. Cada 13 de diciembre, en ese lugar se celebran las fiestas patronales, un clásico destinado a evocar a aquella santa nacida en el año 281 de nuestra era en Siracusa, Italia. Por sus milagros se la considera protectora de la vista.
Pero volvamos a la pulpera. Entre las décadas de 1820 y 1840, cerca de la parroquia había un local donde se reunían carreros, cuarteadores, copleros y otros habitantes de aquella zona ubicada a mitad de camino entre la cercana pampa y la ciudad.
La leyenda entrega distintas versiones. La más contada es la que dice que allí vivía la hija del dueño de la pulpería, una joven llamada Dionisia Miranda, a quien algunos conocían como “la rubia de la zona del saladero”. Y recuerdan que su padre (llamado Juan de Dios Miranda) murió luchando en una de las guerras políticas de la época. Por eso Dionisia y su madre quedaron a cargo del local, que también solían frecuentar “los soldados de cuatro cuarteles” y “los trompas de Rosas”, aquellos que con sus clarines transmitían órdenes en medio de los combates.
Como es la historia más contada, algunos estudiosos del arte popular ciudadano sostienen que el poeta Héctor Pedro Blomberg (1889-1955) se inspiró en ella para hacer los versos que luego, con la música de Enrique Maciel (un hombre de raza negra, que nació y murió en el barrio de San Cristóbal y con quien Blomberg formó uno de los dúos más creativos para temas históricos) se convertirían en el famoso vals que miles supieron tararear alguna vez, después de escuchar la famosa grabación del cantor Agustín Magaldi Sin embargo, en algunos ámbitos se habla de otra Dionisia, de apellido Valderrama, una mujer también rubia y de ojos celestes que siempre frecuentaba la parroquia dada su devoción por Santa Lucía. Otros la conocen como Flora Valderrama. Y para confundir un poco más las cosas, como buena leyenda que se precie, además aparece un tercer nombre al que se le atribuye la figura de la famosa pulpera: mencionan a una tal Ramona Bustos.
Lo concreto es que de esa bella mujer que hacía suspirar a muchos en la zona de la calle Larga (como se conocía entonces a la actual Montes de Oca) hoy casi no hay rastros, sobre todo en lo que respecta a su final. Según cita Blomberg en sus versos, la pulpera se fue con “un payador de (Juan) Lavalle” (la historia lo presentará años después como uno de los máximos opositores al gobierno de entonces) “cuando el año 40 moría”. Es decir: en tiempos en los que Juan Manuel de Rosas mostraba su férreo poder de gobernante.
Y en el verso no sólo se reflejará aquella partida inesperada, sino la tristeza que quedó en aquellos parroquianos que frecuentaban el local, sintetizada en el sonido de llanto de “las guitarras de Santa Lucía” donde “el payador mazorquero” iba a dejar “la doliente y postrera serenata que llevábase el viento del río”, por entonces más cercano.
Por supuesto que un barrio como Barracas, con pasado tan rico en personajes, no se limita nada más que a la conocida y trágica muerte de Felicitas Guerrero mencionada al principio, o a la menos difundida aunque también legendaria de la pulpera de Santa Lucía. También hay otras figuras que aparecen nombradas en canciones y versos populares. Entre ellas está el caso de Prudencio Navarro, “el cuarteador de Barracas” que era dueño de un “overo de anca partida”, dispuesto a tirar de algún carro atascado y sacarlo de esa situación.
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