sábado, 20 de abril de 2013

BEATIFICACION CURA BROCHERO


Mensaje al Pueblo de Dios


Mensaje de los obispos al santo pueblo de Dios con ocasión de la Beatificación del Cura Brochero
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos viviendo tiempos muy especiales como Iglesia y como argentinos. El próximo 14 de septiembre, y en el marco del Año de la fe, viviremos la alegría de la beatificación del Padre Brochero. Además, tuvimos la gracia de la beatificación de la Hna. María Crescencia Pérez, religiosa argentina, y el gozo de que un hermano nuestro fuera elegido por Dios como Obispo de Roma y Pastor Universal.
José Gabriel del Rosario Brochero, un "Pastor según el corazón de Dios…quien fue… ungido para ungir al pueblo fiel, un verdadero Pastor con olor a oveja1, al decir del Papa Francisco, nació en Santa Rosa de Río Primero en 1840. Se formó en el Seminario de Córdoba y en 1869 fue destinado como cura párroco a Traslasierra. Desde las Altas Cumbres, divisando el valle, vio que estaba todo por hacer. Pastor dotado de gran espíritu de sacrificio y extraordinaria caridad pastoral y social, sirvió a la gente más pobre del campo, compartió su vida y promovió en ella la elevación humana y religiosa, especialmente a través de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola2.
La devoción del cura Brochero a la Virgen María, con el profundo y cálido título de “Mi Purísima”, nos abre a su amor hondo y concreto, muy atento a las necesidades de cada persona. Como la Virgen en las Bodas de Caná3, también Brochero supo decir a Jesús: “no tienen agua”, “no tienen educación”, “no tienen caminos”, “no tienen medios acordes para encontrarse como hermanos y comercializar sus productos...”. Y él hizo lo que Jesús dijo: ayudó a todos sus contemporáneos a escuchar esa misma voz que abre las cataratas del amor de Dios y que se vuelca en el amor concreto al hermano: abrió escuelas, fue pionero en abrir un colegio para niñas, proyectó el ferrocarril, y entre todos hicieron caminos, acequias, diques, telégrafos, y la misma Casa de Ejercicios. Durante su breve período en la ciudad de Córdoba, nombrado capellán de la cárcel, veló con amor de padre por las necesidades físicas y espirituales de sus hermanos privados de libertad.
Él no fue un cristiano triste. Sabía de la alegría que da Jesús y la quería contagiar. Por eso al visitar a la gente en sus casas, les decía: “Aquí vengo a darles música”. La música de saberse amados por Dios. Hoy la alegría del cielo que nos transmite la beatificación del Padre Brochero, le permite multiplicar sus brazos, sus pies, su corazón, a través de cada uno de nosotros, y nos invita a ser discípulos misioneros de Jesucristo: “Si en mi corazón no llevo la caridad, ni a cristiano llego”, decía él.
Brochero nos anima, como bautizados, a salir a las fronteras, “de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora”4. A ir hacia los que no conocen el amor de Dios porque no se les ha anunciado o porque la cruda realidad que les toca vivir les habla de que Dios pareciera estar ausente de sus vidas. Nos invita a compartir con ellos que Dios los ama.
Por eso, los obispos argentinos expresamos nuestro gozo y gratitud por el don de la vida sacerdotal del Padre Brochero, modelo e intercesor, que reconocemos como una gracia singular para la Iglesia en nuestra Patria. En una carta a su condiscípulo y amigo obispo Yaniz, estando enfermo y con sus fuerzas físicas desgastadas, le decía: “Es un grandísimo favor el que me hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme la ocupación de buscar mi fin, y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo”5. ¡Cómo no acudir a él con confianza!
Esta beatificación es una nueva llamada de Dios para responder a la vocación a la santidad que todos recibimos en el bautismo. El beato Juan Pablo II, al comienzo del nuevo milenio, expresó: ”Preguntar quieres recibir el bautismo es lo mismo que preguntar si quieres ser santo”6. Y el Papa Benedicto XVI nos recordaba que “Los santos no son representantes del pasado sino que constituyen el presente y el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Son como las caras de un prisma, sobre las cuales con matices distintos, se refleja la única luz que es Cristo” 7.
Queridos hermanos, los tiempos nos urgen, para que siguiendo el ejemplo de los santos, experimentemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar8.
Los Obispos de La Argentina
105º Asamblea plenaria de la CEA
Pilar
, 20 de abril de 2013.
_____________
1 Papa Francisco: Misa Crismal, 28 de marzo de 2013.
2
[1] Decreto de Venerable. Abril de 2005.
3
[1] Cf. San Juan, 2,1-12.
4 Papa Francisco, Misa Crismal…
5 El Cura Brochero, carta y sermones, CEA, Buenos Aires 1999, pp. 801-802.
6 Novo Millennio Ineunte, 31.
7 Benedicto XVI, Discurso, 22 de diciembre de 2009.
8 Evangelii Nuntiandi, 80.

lunes, 8 de abril de 2013

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA





Homilía del papa Francisco en la toma de posesión como obispo de Roma (Basílica de San Juan de Letrán, 7 de abril de 2013) 

Con gran alegría celebro por primera vez la Eucaristía en esta Basílica Lateranense, catedral del Obispo de Roma. Saludo con sumo afecto al queridísimo Cardenal Vicario, a los Obispos auxiliares, al Presbiterio diocesano, a los Diáconos, a las Religiosas y Religiosos y a todos los fieles laicos. Saludo también al Señor Alcalde y a su esposa, así como a todas las Autoridades. Caminemos juntos a la luz del Señor Resucitado. 

Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también llamado “de la Divina Misericordia”. Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía. 

En el Evangelio de hoy, el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: “Hemos visto el Señor”; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: “Señor mío y Dios mío”: con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente. 

Y recordemos también a Pedro: que tres veces reniega de Jesús precisamente cuando debía estar más cerca de él; y cuando toca el fondo encuentra la mirada de Jesús que, con paciencia, sin palabras, le dice: “Pedro, no tengas miedo de tu debilidad, confía en mí”; y Pedro comprende, siente la mirada de amor de Jesús y llora. Qué hermosa es esta mirada de Jesús – cuánta ternura –. Hermanos y hermanas, no perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios. 

Pensemos en los dos discípulos de Emaús: el rostro triste, un caminar errante, sin esperanza. Pero Jesús no les abandona: recorre a su lado el camino, y no sólo. Con paciencia explica las Escrituras que se referían a Él y se detiene a compartir con ellos la comida. Éste es el estilo de Dios: no es impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida, también con las personas. Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos. 

A mí me produce siempre una gran impresión releer la parábola del Padre misericordioso, me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza. Piensen en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun así quiere su parte de la herencia; y se va, lo gasta todo, llega al nivel más bajo, muy lejos del Padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia del calor de la casa paterna y vuelve. ¿Y el Padre? ¿Había olvidado al Hijo? No, nunca. Está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada momento: ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir su libertad; el Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de reproche: Ha vuelto. Y esa es la alegría del padre. En ese abrazo al hijo está toda esta alegría: ¡Ha vuelto! Dios siempre nos espera, no se cansa. Jesús nos muestra esta paciencia misericordiosa de Dios para que recobremos la confianza, la esperanza, siempre. Un gran teólogo alemán, Romano Guardini decía que Dios responde a nuestra debilidad con su paciencia y éste es el motivo de nuestra confianza, de nuestra esperanza (Cf. Glabenserkenntnis, Wurzburg 1949, 28). Es como un diálogo entre nuestra debilidad y la paciencia de Dios, es un diálogo que si nosotros lo hacemos, nos da esperanza. 

Quisiera subrayar otro elemento: la paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. San Bernardo, en una bella homilía, dice: “A través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal (Cf. Dt 32,13), es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor” (Sermón 61, 4. Sobre el libro del Cantar de los cantares). Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. Tomás lo había entendido. San Bernardo se pregunta: ¿En qué puedo poner mi confianza? ¿En mis méritos? Pero “mi único mérito es la misericordia de Dios. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos” (Ibíd., 5). Esto es importante: la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor. San Bernardo llega a afirmar: “Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia (Rm 5,20)” (Ibíd.). Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él. Cuántas veces en mi ministerio pastoral me han repetido: “Padre, tengo muchos pecados”; y la invitación que he hecho siempre es: “No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo”. Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más somos lo más importante que tiene; aun siendo pecadores, somos lo que más le importa. 

Adán después del pecado sintió vergüenza, se ve desnudo, siente el peso de lo que ha hecho; y sin embargo Dios no lo abandona: si en ese momento, con el pecado, inicia nuestro exilio de Dios, hay ya una promesa de vuelta, la posibilidad de volver a Él. Dios pregunta enseguida: “Adán, ¿dónde estás?”, lo busca. Jesús quedó desnudo por nosotros, cargó con la vergüenza de Adán, con la desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han curado. Acuérdense de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia Él para recibir su perdón. 

En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado. 

Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan bella, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor. 

Francisco

lunes, 1 de abril de 2013

LA MARCA


Mi amigo baja de los montes
le gusta andar por ahí curando gente,
llenar las tardes de poesía,
con la marca del sol sobre la frente.
-
Mi amigo llega justo a tiempo,
y cuando él aparece siempre hay fiesta,
suele cambiar nuestra agua en vino,
dejando atrás el miedo y la tristeza.
-
Él mira lo profundo que duele en cada vida,
nos quiere hasta el extremo,
sabiendo que sin duda,
sólo el amor ,cura la herida.
-
Mi amigo fué quien me ha enseñado,
a buscar entre los pobres la riqueza
y a mirar con ojos limpios,
para encontrar en todo la pureza.
-
En fin, mi amigo me ha llevado
a la cima más alta, y sin atajos,
yo siempre quise ir hacia arriba,
pero llegué yendo hacia abajo.
-
Caminaba entre el pueblo, y qué feliz la gente
al mirarse al espejo,
y descubrir la misma
marca del sol en cada frente.


CARLOS SEOANE


En esta tarde, Cristo del Calvario, 
vine a rogarte por mi carne enferma; 
pero, al verte, mis ojos van y vienen 
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados, 
cuando veo los tuyos destrozados? 
¿Cómo mostrarte mis manos vacías, 
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad, 
cuando en la cruz alzado y solo estás? 
¿Cómo explicarte que no tengo amor, 
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada, 
huyeron de mí todas mis dolencias. 
El ímpetu del ruego que traía 
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada, 
estar aquí, junto a tu imagen muerta, 
ir aprendiendo que el dolor es sólo 
la llave santa de tu santa puerta.
Amén.



ABRAZAR A FRANCISCO PARA ENCONTRARSE CON BERGOGLIO.
Fue en la primera audiencia del papa Francisco con los líderes de las diferentes religiones. Allí me reencontré con el querido Bergoglio. En el marco imponente de la Sala Clementina, el abrazo trascendió la formalidad del protocolar saludo para ver en su sonrisa y gesto cercano a quien, investido como papa, era nuestro Bergoglio de siempre. Así, con los gestos que son tan suyos, es cálido, directo, íntimo. Con el humor de quien no pierde la sonrisa ni la frescura aun desde esas alturas, recuperando en cada uno la misma apertura, para finalizar pidiendo que sigamos rezando por él. Me presenté tan solo para bendecir y agradecer este momento. El gesto del abrazo corona un camino de quien es mi referencia, pero también el compromiso renovado por el desafío que nos convoca. "Ahora que estoy ante Francisco, vuelvo a abrazar a mi rabino Bergoglio", le dije. Me regaló una sonrisa y, con su humor tan particular, me recibió con un afectuoso: "¡Sergio, qué bueno que estás acá! ¿Te colaste?
Con el humor de quien no pierde la sonrisa ni la frescura aun desde esas alturas
Y en realidad, una vez más, tenía razón.
Sin entrar en los detalles, no había sido incluido en la delegación formal de representantes de instituciones judías ante el Vaticano y, frente a la rigurosidad infranqueable del protocolo vaticano, aun con la colaboración de los propios dirigentes de la comunidad judía tanto argentina como internacional que estaban presentes, no fue posible incluirme para la audiencia, hasta que, como era previsible, fueron mis amigos sacerdotes y obispos como es el que caso de monseñor Sanchez Sorondo, quienes hicieron llegar la voz para que fuera el mismo papa Francisco quien instruyera a la Secretaría de Estado para que me dieran el acceso, y celebrar en ese mínimo instante que fue eterno para reencontrarnos y poder vernos.
Luego del abrazo de reencuentro, rezamos.
Nuestra milenaria tradición judía prescribe recitar una bendición cuando uno está frente a un sabio y gran maestro de la humanidad. Así que con la alegría del corazón y el alma exaltada en gratitud, recité en hebreo la bendición para concluir juntos diciendo los dos como uno: Amén.
¡Qué emoción! ¡Qué energía! Un momento único que quedará por siempre en el corazón y en el alma, un surco fértil de espacio-tiempo que dará su fruto en la buena cosecha del porvenir.
Recité en hebreo la bendición para concluir juntos diciendo los dos como uno: Amén
El papa Francisco nos dejó un mensaje pleno de bondad y amor, uniendo las iglesias cristianas, aun las ortodoxas orientales, que hacía un milenio no estaban presentes en estas instancias. Dando señales inequívocas de unidad para la tarea ecuménica en el cristianismo refirió a la dimensión interreligiosa dando un especial lugar al vínculo judeocristiano
Sigo aún emocionado, mientras escribo estas últimas líneas. El abrazo a Francisco renueva un pacto para esta nueva era, la bendición elevada en oración de un nuevo tiempo donde seguimos guiados por el corazón generoso de nuestro pastor y maestro, el papa Francisco que no es otro que el mismo Padre Jorge, el tan querido y valorado Bergoglio..


DIOS NOS HIZO UN FAVOR


.................................................al Papa Francisco le gusta mezclarse con la gente y en su primera alocución hasta se permitió bromear al decir “parece que los cardenales me vinieron a buscar al fin de mundo“.
Su designación como nuevo Papa, de 1.200 millones de católicos romanos en todo el mundo, significa para la Argentina una bocanada de valores en un territorio donde estos se hicieron trizas.
Dios seguramente tiene mucho trabajo para ser argentino, pero al escoger a Jorge Bergoglio, como sucesor de Pedro, le acaba de hacer un gran favor, al menos, a buena parte de la sociedad argentina.
A esa sociedad, que atraviesa una crisis importante, le demuestra:
Que la decencia sirve para llegar y muy alto.
Que no es necesario ser corrupto para tener poder.
Que el amor y el diálogo sirven más que el odio y la división entre hermanos.
Que se debe predicar con el ejemplo.
Que no es  honesto ser rico a costa de los pobres.
Que no es necesario usar a los pobres para ganar poder o querer eternizarse en él.
Que no se necesita ser demagogo para ser elegido y seguido de fanáticos por convicción o conveniencia.
Que la vida es una rueda que gira y vuelve a pasar delante de uno en algún momento.
Que aquel que ayer evitaste porque decía verdades que no querías oír, hoy puede acceder a un espacio por el que irremediablemente deberás pasar.
Que la verdad, siempre vence a la mentira.   
Que la honradez hace digna a las personas y con ese privilegio la conciencia goza.
Que el poder es efímero.
Que nadie es imprescindible.
Que 265 Papas han estado antes que Jorge Bergoglio y otros lo seguirán mientras se respeten las instituciones.
Que las leyes de Dios y de las Repúblicas fueron hechas para ser cumplidas.
JORGE SANTOS