domingo, 9 de septiembre de 2012

ARTE EXPRESADO EN LAS HOJAS DE UN ÁRBOL

Desde el alma (Video Clip oficial) - Eliana Sosa

Eliana Sosa- Sera una noche

A mi abuela

Alargado óvalo, severo,
pliegues del negro vestido?
Joven abuela, ¿quién besaba
tus labios altivos?
Esas manos que en salas de palacio
tocaban un vals de Chopin?
A cada lado del rostro helado,
bucles en espiral.
Mirada oscura, directa, exigente,
mirada lista para el combate.
Las jovencitas no miran así.
Joven abuela, ¿quién eres?
Cuántos sucesos te llevaste,
cuántos sueños imposibles,
al insaciable seno de la tierra,
polaca de veinte años.
El día era inocente, el viento fresco.
Las sombrías estrellas morían.
Abuela, esta cruel tempestad
en mi corazón ¿no me viene de ti?
En: El canto y la ceniza. Antología poéticaTrad.: Mónika Zgustova y Olvido García Valdés Galaxia Gutenberg
TsvetáievaMoscú, 1894 - Yelábuga, 1941
Con Ana Ajmátova, fue posiblemente la poeta rusa más influyente del siglo XX. Su primer libro, Álbum de la tarde, se publicó en 1910. Mantuvo una estrecha relación con su compatriota Boris Pasternak y con Rainer Maria Rilke. Desterrada, se ahorcó en 1941.
El arte de imaginar los sentidos posibles El arte de imaginar los sentidos posibles ¿Qué quiere decir entender un relato?, ¿cuál es la comprensión que está en juego en una narración? El autor de Blanco nocturno reflexiona sobre el arte de interpretar textos literarios, tema central de la disertación con la que se inaugurará el miércoles el cuarto Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires Por Ricardo Piglia | LA NACION
¿Qué quiere decir interpretar un relato? Muchos han llamado la atención sobre el modo en que Kafka leía en voz alta La metamorfosis: la risa le interrumpía la lectura. Por su parte, en la grabación de algunos fragmentos del Finnegans Wake, la voz de Joyce salta de una consonante a otra con un tono jocoso, suelto, medio circense, como si nos advirtiera -igual que Kafka- de que se trata de un relato cómico. 2. En su novela Cicatrices Saer interpreta -digamos así- el relato "Examen de la obra de Herbert Quain" de Borges. En el cuento se describe el proyecto de una novela "regresiva, ramificada" donde se narran simultáneamente todas las alternativas posibles de una historia. Si bien, según creo recordar, la crítica no ha reparado en esta relación, es evidente que Saer se propuso escribir esa ficción potencial. Los capítulos de Cicatrices repiten el nombre de la novela de Quain (April, March) y narran cuatro desarrollos posibles -y simultáneos- de un mismo hecho, con sus variantes y mutaciones. 3. La idea del relato potencial como interpretación -a veces desviada- de un argumento, un texto o un concepto es el fundamento de la poética del grupo Oulipo, integrado entre otros por Perec, Queneau, Cortázar y Calvino. Me sorprendió encontrar un ejemplo de ese procedimiento en una breve e hipotética definición de la interpretación musical: "Una partitura es simplemente un indicio de música potencial" (R. Vaughan Williams, Some Thoughts on Beethoven's Choral Symphony with Writings on Other Musical Subjects). La realización de esa música potencial está ligada también a la memoria de otras tradiciones interpretativas. Antes de grabar el movimiento lento del Concierto en sol menor de Bach, el pianista Glenn Gould le dijo a su productor Andrew Kazin: "Voy a tocar con toda suerte de voces interiores y de síncopas, muy en la línea de Wanda Landowska, con un aire al estilo del Modern Jazz Quartet" (cfr. Kevin Bazzana, Vida y arte de Glenn Gould). 4. En 62 / Modelo para armar Cortázar utiliza un capítulo de Rayuela como indicio de una ficción posible. La novela se despliega a partir de la noción de figura, una configuración espacial que determina la vida de los personajes. Retoma así, y lleva al límite, el procedimiento formal de algunos de sus mejores cuentos ("La flor amarilla", "Continuidad de los parques", "Todos los fuegos el fuego", "El otro cielo") donde ya intentaba ir más allá de las estructuras lineales de la narración y establecía conexiones espaciales entre distintos episodios de un relato. La reacción hostil de la crítica frente al libro es una muestra de la supersticiosa resistencia nacional a cualquier motivación narrativa que no responda a las reglas emocionales de la carrera de Psicología. Habría que releer la novela de Cortázar en la serie de El castillo de los destinos cruzados de Italo Calvino, o La vida instrucciones de uso de Georges Perec, es decir, en el contexto de la literatura potencial, y por lo tanto, fuera de la literatura argentina. 5. Recuerdo que hace años en un curso sobre las novelas cortas de Onetti, en Puán, es decir, en la carrera de Letras de la UBA, los estudiantes interpretaban con entusiasmo las oscuras y siempre intrigantes nouvelles de Onetti. En Una tumba sin nombre, una mujer con un chivo está en la estación Constitución. ¿Se trataría del devenir animal? "La cara de la desgracia" -con la historia de la muchacha muda que es asesinada- ¿no era un intento de decir cómo no hablar ante la ley? Las hipótesis circulaban, siempre brillantes y sorprendentes, pero en lugar de leer el relato, me pareció que los estudiantes sólo lo interpretaban. Un día corté el circuito y les pedí que me resumieran la anécdota de "Tan triste como ella". Estupefacción, escándalo. Sí, tenían que leer muy cuidadosamente la historia y hacer un resumen del argumento. ¿Era esa lectura una interpretación? Lo fue, cada uno de los estudiantes tomaba decisiones en el entrevero de la historia y estaba obligado a definir uno de los sentidos implícitos y dejar a un lado los otros posibles. A partir de ahí la discusión podía enriquecerse porque todos eran expertos en el relato, ya que lo habían leído como si tuvieran que reescribirlo. Imaginé que algún estudiante me iba a copiar el relato tal cual -o con imperceptibles variantes- y me lo iba a entregar como su resumen de lectura, pero eso no sucedió. 6. Podríamos plantear el problema de la interpretación de otra manera: ¿qué quiere decir, después de todo, entender un relato? o, en todo caso, ¿cuál es la comprensión que está en juego en una narración? Un relato no argumenta con conceptos, no dice nada explícitamente. La interpretación de la narración no enfrenta una significación equivocada con una significación cierta; en todo caso, como sucede a menudo, un relato se responde con otro relato, y esa red de narraciones que se contraponen es una de las líneas centrales de la historia de la cultura. 7. Joyce postula su novela Ulises como una versión de la Odisea; la metempsicosis -palabra que Molly no entiende al comienzo del día- sugiere que el alma del héroe griego ha reencarnado en Bloom, el judío errante que vaga por Dublín. La historia del viajero, del forastero, del astuto Odisseo, el polytropos, el hombre de muchos viajes, que está lejos, siempre en situación precaria, reaparece, en distintas épocas, en Dante, en Virgilio, en Kafka, en Canetti, y en el Simbad de Las mil y una noches. 8. Lo mismo se puede decir de don Quijote. Lionel Trilling (en La imaginación liberal) ha señalado que "toda la prosa de ficción es una variación sobre el tema del Quijote". Pero quizá no es la prosa de ficción la que encuentra su fundamento en esa novela sino más bien la interpretación personal de la ficción. Sabemos que el héroe de la primera novela es un lector de novelas; un apasionado de las ficciones heroicas que sale a la realidad y trata de vivir lo que ha leído. Muchas veces encontramos esa figura del lector apasionado en la historia del género: Madame Bovary de Flaubert, desde luego, pero también el Julien Sorel de Stendhal o el Raskolnikov de Dostoievski, y lo mismo sucede con Silvio Astier en El juguete rabioso de Arlt ("Me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca.", así empieza la novela y Astier no hace otra cosa que vivir -o intentar vivir- lo que ha leído). 9. En El beso de la mujer araña los dos protagonistas, recluidos en una celda, discuten las interpretaciones de distintas ficciones como una forma de pasar el tiempo pero también de conocerse y seducirse. Molina, el joven gay, cuenta películas y al contarlas se identifica con la atmósfera sentimental del cine de Hollywood; por su parte Arregui, el guerrillero marxista, sólo ve en esos films la alienación burguesa y la manipulación ideológica. En un sentido, el libro es una discusión sobre la ficción y su poder, sobre los modos de interpretar la narración y la fantasía. Lo extraordinario -y otra muestra de la capacidad narrativa de Puig- es que los dos terminan por "actuar" en la película del otro: Arregui se transforma en un héroe romántico, sensible, enamorado y moribundo, mientras que Molina muere heroicamente en una cita política, asesinado -y eso no se decide- por la policía, o por los guerrilleros del grupo de Arregui. 10. Bovarismo, el término creado por Jules de Gaultier (Le bovarysme, 1902) a partir de Emma Bovary, designa "el poder que tiene el hombre para concebirse otro del que es", o sea, la posibilidad -o la ilusión- de crearse una personalidad imaginaria y de tomar como modelo a los héroes de la ficción. De hecho, esa interpretación pragmática de un relato está muy presente en la cultura contemporánea (sobre todo en la tradición estadounidense, tan amante de la verdad revelada, las mentiras periodísticas y la guerra preventiva): basta recordar al asesino de John Lennon, que se había identificado hasta tal punto con The Catcher in the Rye (El cazador oculto) de Salinger que varias veces intentó cambiar su nombre por el del protagonista, Holden Caulfield, y, antes del crimen, deambuló, con el libro en el bolsillo, por las zonas de Nueva York cercanas al Central Park y al Museo de Ciencias Naturales, donde culmina la novela. O también -para salir de la literatura hacia otros ámbitos de la ficción- podríamos recordar al joven texano que circuló erráticamente por las rutas de los Estados Unidos para matar a Ronald Reagan mientras le escribía cartas a la actriz Jodie Foster porque se había identificado con el héroe de Taxi Driver, la película de Martín Scorsese. Y más recientemente, en fin, el enmascarado que irrumpió en un cine donde se estrenaba Batman para acribillar indiscriminadamente a los espectadores como si fuera el Joker o Bane o algún otro personaje demoníaco del cómic. 11. La novela ha contado muchas veces la historia del héroe como intérprete o descifrador de signos; quizá Marcel, el narrador de En busca del tiempo perdido, ha sido el máximo protagonista de esa odisea de la interpretación (y el obsesivo protagonista de las novelas de Thomas Bernhard, una de sus realizaciones más extremas). A menudo el relato ha hecho de la comprensión desviada el centro de la trama. Ya no se trataba de las interpretaciones equívocas del oráculo sagrado que, en la tragedia, llevaba a los héroes a la decisión inevitable y a la muerte. El protagonista de la novela busca, en cambio, el sentido en el deambular por la ciudad, en ciertos gestos triviales, en algunas palabras equívocas, en textos mal leídos (o leídos demasiado fervientemente). La interpretación equivocada está más presente en nuestra cultura -y en nuestra vida personal- de lo que nos resignamos a aceptar. Por eso tal vez la novela ha sido el género que mejor ha mostrado el desconcierto de la significación en un mundo del que han desertado los dioses. Respiración artificial Ricardo Piglia Pomaire Publicada en 1980, durante la dictadura, la primera novela de Piglia, hoy reeditada por Anagrama, se convirtió de inmediato en una contraseña crítica. Poblada de citas y referencias, las dos partes de la novela, una estructurada por medio de epístolas, y otra dialogada, lograron algo que por entonces parecía imposible: hacer literatura con la teoría literaria El último lector RicardoPiglia Anagrama En este ágil y erudito ensayo, el e scritor se aboca a rastrear los modos en que aparece representada la figura del lector en diversas obras y circunstancias, desde Madame Bovary hasta el Che Guevara.or Ricardo Piglia | LA NACION

domingo, 2 de septiembre de 2012

Una utopía de la educación En el adelanto de Futuro que aquí se ofrece, el antropólogo francés propone reorientar las políticas educativas hacia un humanismo independiente de las exigencias del mercado Por Marc Augé | Para LA NACION
Foto: GISELLE FERRO La utopía de la educación es en lo sucesivo la única esperanza de reorientar la historia de los hombres en la dirección de los fines. ¿Por qué utopía? De hecho, el término utopía, en este uso, sólo tiene sentido en relación con las políticas actuales que van todas en el mal sentido, independientemente de lo que pretendan, porque éstas al mismo tiempo se resignan al fracaso escolar, vinculan estrechamente la cuestión de la escuela o la de la universidad con la del empleo, no se ocupan lo suficiente de crear las condiciones de una cultura general que no dependa del entorno familiar o social y, en resumen, descuidan la cuestión de los fines o la limitan al ámbito de la economía afirmando, por ejemplo, que el regreso al crecimiento es una condición previa absoluta a toda iniciativa social. Pero esta "utopía" tiene su lugar: la Tierra entera, el planeta; por optimismo, de buen grado la llamaría programa. El programa puede acomodarse -de hecho lo hace bien- al tiempo político, al tiempo largo que es una forma de esperanza, en la medida en que el movimiento hacia su aplicación sea perceptible o al menos discernible, lo que hoy no ocurre en ninguna parte, pero que puede comenzar mañana. Un programa así evidentemente no podría proceder de un deseo cualquiera de gobernar en nombre de un saber absoluto. El conocimiento, contrariamente a la ideología, no es ni una totalidad ni un punto de partida. Se trata, al contrario, de gobernar con vistas al saber, de asignarse el saber como una finalidad, individual y colectiva, destinada a seguir siendo prospectiva y asintótica. Es realmente de lamentar que el término "cientismo" se emplee a menudo con tanta facilidad por polemistas conscientes o inconscientes de las resonancias de esa palabra. Si cientismo significa la afirmación de un saber total del que se deduciría lo que debe ser el comportamiento de los hombres en sociedad, entonces ningún científico es cientista. Al contrario, si la palabra intenta traducir la convicción -compartida por todos los científicos- de que el espíritu humano tiene la capacidad de progresar indefinidamente en el conocimiento, incluso en el conocimiento de los mecanismos cerebrales que le permiten esta progresión, utilizar esa palabra de manera polémica indica pura y simplemente mala fe y oscurantismo. ¿Dónde nos encontramos hoy? Se nos dice, desordenadamente, que de hecho muchos jóvenes no tienen escolarización y se cuestionan las formas de aprendizaje que podrían acompañar a las escuelas para asegurar una transición no conflictiva hacia el mundo laboral; que se acumulan los retrasos escolares y que una parte de quienes comienzan el sexto año no dominan las competencias "fundamentales": lectura, cálculo, escritura; que al concluir su primer año en la universidad un número importante de jóvenes abandonan sus estudios; que las universidades colaboran insuficientemente con las empresas para garantizarles una salida a sus estudiantes. Entiendo perfectamente que los responsables, a todos los niveles, se enfrentan con situaciones concretas difíciles y no pretendo dar soluciones preestablecidas para lo inmediato. Es una realidad que, cuando se invocan exigencias de rentabilidad para justificar las reducciones de personal que conllevan una baja en el poder adquisitivo y ella misma es causa de una desaceleración del crecimiento (es uno de los círculos viciosos del capitalismo en su fase actual), las políticas educativas están cada vez menos orientadas hacia la adquisición del saber por el saber mismo. La orientación se inicia cada vez más temprano, y, en los medios "económicamente desfavorecidos", para retomar el eufemismo actualmente al uso, los niños tienen una chance mucho menor, si no nula, de acceder a ciertos tipos de enseñanza. Los sociólogos han podido señalar que, en un país como Francia, el sistema educativo tiende hoy no a disminuir sino a reproducir las desigualdades sociales. Nos encontramos ciertamente en la época de la apertura de la enseñanza superior al mayor número de personas, pero la tasa de fracaso en los dos primeros años es considerable. Además, se considera oficialmente que esta apertura de las universidades hace cambiar sus vocaciones: se les invita a que respondan prioritariamente a las necesidades del mercado laboral. Entonces, aquí vuelvo a emplear la palabra utopía en la medida en que puede servir para recordar algunos principios, diseñar un ideal, sugerir algunas pistas y rechazar algunas situaciones sin salida. El tema de la utopía de la educación reanuda los viejos debates que jalonaron la historia europea luego del Renacimiento. Pero en Montaigne se trataba de la pedagogía en general y en Rousseau, de la educación ideal de un sujeto singular y ejemplar. En 1966, Sartre en su reflexión sobre los intelectuales ( Situations, VIII ) cambia de perspectiva interrogándose sobre la categoría de los "técnicos del saber práctico", entre los cuales se reclutan aquéllos, y sobre la formación que estos técnicos han recibido, pero su objetivo no es pedagógico. Estamos en 1966, en un período de relativa prosperidad económica, y Sartre desarrolla un pensamiento crítico radical atizado por las cuestiones que plantean los fenómenos contemporáneos como la lucha de clases, el colonialismo, el imperialismo, el racismo y el sexismo. Medio siglo después estas cuestiones todavía se plantean, pero en términos diferentes; de hecho, precisamente este desajuste temporal puede ser útil para tomar, a la distancia, una más clara conciencia de los desafíos de la política educativa. En este texto originalmente escrito para una conferencia pronunciada en Japón en septiembre y octubre de 1966, Sartre intenta definir las características que presenta la "categoría social" de aquellos a quienes llama "técnicos del saber práctico". Para Sartre, la clase dominante tiene una primera responsabilidad: decide qué empleos ocuparán esos técnicos (médicos, maestros), su número, su especialidad y su distribución; para toda una categoría de adolescentes esto significa "una estructuración del campo de los posibles, los estudios por emprender y, por otra parte, un destino". La clase dominante tiene en cuenta, para hacer sus elecciones, el crecimiento industrial, la coyuntura y las nuevas necesidades que aparecen, tales como la publicidad o la ingeniería humana. Es decir, Sartre formula, antes de que existiera la palabra en su uso oficial y acuñado, un resumen de la teoría de la innovación en materia social, acompañado de una constatación que anticipa aquella que podemos confirmar cuarenta y cinco años más tarde: "hoy la cosa está clara: la industria quiere meter la mano en la universidad para obligarla a abandonar el viejo humanismo perimido y reemplazarlo por disciplinas especializadas, destinadas a dar a las empresas testeadores, técnicos medios, public relations , etc.". A continuación Sartre se interesa en la formación ideológica y técnica que han recibido esos especialistas del saber práctico en el sistema de enseñanza (en el secundario y en la enseñanza superior) que se les ha impuesto "desde arriba". Subraya Sartre que esa formación les asigna y les enseña a priori dos roles: los convierte en "especialistas de la investigación", pero también, ciertamente, en "servidores de la hegemonía" o, para retomar la expresión de Gramsci, "funcionarios de las superestructuras". En fin, Sartre menciona que son las relaciones de clase las que reglan automáticamente la selección de estos técnicos. Entre ellos no hay obreros, a éstos el sistema no les permite figurar allí más que de manera excepcional. Los técnicos son reclutados en su mayoría entre los hijos de los pequeñoburgueses de las clases medias, a quienes desde la infancia -en la enseñanza primaria y secundaria- se les inculca la ideología particularista de la clase dominante. El técnico del saber práctico desde el comienzo ve determinada su suerte por la clase dominante, que decide, especialmente, la parte de la plusvalía que consagrará a su salario en función de la coyuntura y del crecimiento: "En este sentido, su ser social y su destino le vienen de afuera: él es el hombre de los medios, el hombre-medio, el hombre de las clases medias; los fines generales a los cuales se vinculan sus actividades no son sus fines". [...] Sartre es un notable analista y un brillante dialéctico, pero ante todo está llevado por el impulso voluntarista que siguió a la Segunda Guerra Mundial. En la inmediata posguerra se pensó en cambiar la sociedad, sentar las bases de una nueva solidaridad: se creyó en el porvenir. Ciertamente, las divisiones estaban allí y el Partido Comunista, poderoso, suscitaba muchas oposiciones, pero se delinearon colaboraciones y, sobre todo, era impensable al salir de una prueba tan mutiladora no dirigir la mirada hacia otro horizonte. La literatura y el cine dieron testimonio de ese estado de ánimo que imponía, en el plano histórico, superar el horror de la guerra y del nazismo y, en el plano metafísico, trascender, en caso de necesidad por una ética del heroísmo, el sentimiento del absurdo engendrado por la confrontación del hombre con el silencio del mundo. Pensamos aquí en Camus, naturalmente, pero también en el existencialismo: afirmar que la existencia precede a la esencia es definir al hombre como creador de él mismo. Los horrores del mundo para nada han perdido su intensidad, pero hoy no salimos de una prueba tan fundamental, identificable y simbólica como la de la Segunda Guerra Mundial. Hasta que se pruebe lo contrario, las crisis económicas suscitan más inquietudes, depresiones o violencias incontroladas que sobresaltos intelectuales. Ésta es la razón por la cual la utopía de la educación es utópica: no se halla suficientemente acorde al momento histórico para imponerse por sí sola. Sin embargo, algunos signos en apariencia contradictorios podrían militar a su favor. Las revueltas de la juventud en diversas aglomeraciones urbanas y en diversos continentes sin duda no constituyen un llamado directo a una revisión del sistema educativo, pero son algo distinto de la pura violencia o de una simple reacción contra la pobreza. En la medida en que expresan la injusticia de una situación de marginalización social, constituyen una búsqueda de la verdad: ¿qué debería ser la sociedad puesto que, salta a la vista, fracasa en afirmarse como comunidad de destinos? El tema de la exclusión -social, económica, intelectual- es en sí mismo portador de su contrario: ¿qué debería ser la inclusión social? Toda protesta social tiene su reverso, que es la cuestión fundamental: ¿qué es el vínculo social? Toda protesta es una forma de búsqueda. Otro signo, más directamente decodificable: la necesidad de saber, de la cual da muestras la actitud del público cuando se le presenta la ocasión de manifestarse. Traducción: Rodrigo Molina-Zavalía .