La otra noche, en una cena después de un concierto, mi amiga, la poeta Charo Ruano, me decía a propósito de la muerte de la poeta polaca Wislawa Szymborska, que el Premio Nobel quedaba justificado por el simple hecho de habernos dado a conocer a esta escritora.
¡Cuanta razón, querida Charo! Desde que la descubrimos gracias al premio (muy pocos la conocían anteriormente), no hemos podido sacarla de nuestras cabezas y nuestros corazones.
La hemos leído de cabo a rabo y de norte a sur. Hemos recomendado sus libros, copiados sus poesías en blogs, cuadernos, o papeles sueltos perdidos en el fondo de algún bolso.
Nos hemos emocionado, hemos sonreído, nos ha hecho perdernos y encontrarnos y nos ha devuelto la fe en la poesía auténtica, sin artificios ni falsos engolamientos. Esa poesía natural, con palabras precisas, -huía siempre de las grandes palabras-reflexiva y que nos toca el corazón sin sentimentalismos baratos ni cursiladas floridas.
Yo la poesía de la Szymborska me la creo, como me pasa con Ángel González o Álvaro Valverde, por citar dos poetas que sigo y admiro.
Y me la creo porque nada es gratuito, no hay adornos ni florituras y me dice las cosas que querría decir yo si supiera escribir y quisiera expresar, de forma poética, lo que me pasa, lo que veo o lo que siento.
Nada más recibir el Nobel, y una vez pasado el asombro inicial, la poeta polaca se introdujo en nuestras lecturas y en nuestras vidas con la naturalidad del que siempre estuvo a nuestro lado sin que nosotros lo supiéramos.
Hace unos días decía, de ella, el escritor y poeta Eduardo Jordá:
"El famoso poema del gato que se queda solo tras la muerte de su dueño –"Un gato en un piso vacío"– empezó a ser uno de los poemas más leídos en funerales y ceremonias fúnebres. El lehendakari Patxi López leyó un poema de la Szymborska en su discurso de investidura. Alfabia, la editorial de la mallorquina Diana Zaforteza, publicó hace poco Lecturas no obligatorias, las maravillosas reseñas de libros en las que Szymborska hacía sus inteligentísimos comentarios sobre Montaigne o la poesía china, pero también sobre la jardinería, la vida extraterrestre o el arte floral. Y hace pocos días leí que la princesa Mette-Marit de Noruega había felicitado el cumpleaños de su hija en twitter. El hecho en sí, por supuesto, no tenía nada de excepcional. Lo raro era que lo había hecho con un poema de Szymborska. Me pregunto si la poeta tuvo tiempo de enterarse, antes de que la muerte la sorprendiera durmiendo en su casa de Cracovia, el miércoles pasado, a los 88 años, una edad que no está nada mal para una mujer que había fumado sin parar desde hacía muchos años, y que cada vez que le aconsejaban dejar de fumar, respondía que había ido a demasiados entierros de no fumadores como para tomarse en serio la amenaza del tabaco."
Le tocó vivir uno de los periodos más negros de la historia del mundo –Hitler invadió Polonia cuando ella tenía 16 años–, pero ella nunca perdió el sentido del humor. Todas las fotos que encontramos de ella, muestran a una anciana sonriente, fumadora empedernida y transmiten una sensación de paz y sosiego, de alegría de vivir y fuerza interior.
"Alma se tiene a veces. / Nadie la posee sin pausa / y para siempre. / Día tras día, / año tras año / pueden transcurrir sin ella. / A veces solo en el arrobo / y los miedos de la infancia / anida por más tiempo. / A veces nada más en el asombro / de haber envejecido”.
Siempre discreta, huía de protagonismos y grandes eventos sociales, tímida y poco ambiciosa, vivió su vida con coherencia, elegancia y sencillez.
Sus libros, con excelentes traducciones de Abel Murcia y Gerardo Beltrán, formarán parte de ese puñado de tesoros que ocupan un lugar preferente en nuestras bibliotecas.
Al final, el tabaco le pasó factura, una factura barata- murió sin sufrimiento, con 88 años, mientras dormía en su casa- tranquila y sin alboroto, con esa discreción a la que nos acostumbró desde que la descubrimos, desde que empezamos a leerla, quererla y admirarla.
Me ha costado mucho seleccionar un poema suyo de entre todos los que me gustan. Al final he escogido este, con mi...
Agradecimiento
Debo mucho
a quienes no amo.
El alivio con que acepto
que son más queridos por otro.
La alegría de no ser yo
el lobo de sus ovejas.
Estoy en paz con ellos
y en libertad con ellos,
yeso el amor ni puede darlo
ni sabe tomarlo.
No los espero
en un ir y venir de la ventana a la puerta.
Paciente
casi como un reloj de sol
entiendo
lo que el amor no entiende;
perdono
lo que el amor jamás perdonaría.
Desde el encuentro hasta la carta
no pasa una eternidad,
sino simplemente unos días o semanas.
Los viajes con ellos siempre son un éxito,
los conciertos son escuchados,
las catedrales visitadas,
los paisajes nítidos.
Y cuando nos separan
lejanos países
son países
bien conocidos en los mapas.
Es gracias a ellos
que yo vivo en tres dimensiones,
en un espacio no-lírico y no-retórico,
con un horizonte real por lo móvil.
Ni siquiera imaginan
cuánto hay en sus manos vacías.
"No les debo nada",
diría el amor
sobre este tema abierto.
De "El gran número" 1976
Versión de Abel A. Murcia
de Isabel - Miradas
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