sábado, 25 de febrero de 2012

Entrevista / Antonio Dal Masetto

"Sentí que no estaba solo"

Con su reciente novela, Cita en el Lago Maggiore, el autor completa la trilogía iniciada por Oscuramente fuerte es la vida. En este diálogo cuenta cómo la literatura le mostró un mundo nuevo.
"La luz que todavía asistía sus días provenía de la reserva acumulada en la infancia; después todo fue desgaste." La frase de la última novela de Antonio Dal Masetto no es tanto un lamento melancólico como el reconocimiento de la potencia de las experiencias primordiales, un tema crucial de su narrativa. La reedición de sus novelas y cuentos permite revisar esa búsqueda tramada en una prosa realista y poética a la vez, que fue tornándose con el tiempo más ascética, en busca de una mayor precisión. Las tres primeras novelas que publica El Ateneo, Oscuramente fuerte es la vida (1990), La tierra incomparable (1994) y la reciente Cita en el Lago Maggiore (2011), son sus trabajos más personales, en los que narra, esclarecidas por la ficción, la niñez y la juventud campesinas de su madre en Italia hasta su partida hacia la Argentina, el regreso al pueblo natal en la vejez, y su propio viaje a ese mundo originario. Derroteros en los que intenta poner en palabras "el descubrimiento de un especial espesor de la vida".
-Mi interés por la literatura comenzó con una fuerte pasión como lector. De chico leía novelas de aventuras, sobre todo las de Emilio Salgari y Julio Verne, pero sólo accedí a otra literatura mucho después, cuando cambié de idioma. A los doce años llegamos a América y fuimos a vivir a Salto, un pueblo de Buenos Aires. Allí descubrí la clásica biblioteca popular de provincia. Algunos libros me mostraron que había mundos diferentes, autores que escribían sobre conflictos humanos y emocionales de cuya existencia yo no tenía idea. No tenía a nadie con quien hablar de libros; con los otros chicos sólo jugaba al fútbol. En la adolescencia, aparecieron conflictos angustiantes que sentía que no podía contar a nadie, y que tampoco habría sabido explicar muy bien. A los dieciséis años, un autor que ya no recuerdo, creo que alemán o ruso, me tocó profundamente. Era una novela escrita como una autobiografía, que contaba una historia igual a la mía. Sentí que no estaba solo en el mundo, que había otro como yo y que podía haber más. Mi experiencia era tan similar que empecé a pensar que también podía escribir sobre ella. Pero recién a los dieciocho años, cuando decidí irme del pueblo para ver qué pasaba en la ciudad de Buenos Aires, empecé a borronear los primeros cuentos.
-Esa pasión produjo ocho novelas y varias colecciones de relatos que hoy vuelven a publicarse. Las primeras novelas que se reeditan cuentan la experiencia de su madre en Intra, su pueblo natal de Italia. ¿Qué lugar ocupan en el conjunto de su obra?
-Me suena extraño decir "mi obra", suena demasiado ambicioso. Esta trilogía es importante porque toca un costado muy íntimo. En los primeros dos libros, el personaje de Agata está basado directamente en la vida de mi madre. El primero narra su niñez y la venida a América con nosotros. Para escribirlo me senté a conversar largas horas con ella.
-¿Qué motivó esa narración?
-Me sentí obligado a escribir algo sobre los inmigrantes europeos. Necesité hacer una suerte de homenaje a los que vivieron esa experiencia. Pero mientras desarrollaba la idea, pensé que valía la pena contar cómo había sido su vida antes de subir al barco.
-¿Por qué eligió evitar el relato directo de la inmigración?
-Lo pensé en algún momento, pero no le encontré la vuelta. Esa historia ya estaba suficientemente registrada en novelas, fotos, películas y crónicas. La idea de Oscuramente fuerte es la vida respondió también a una curiosidad personal. Le dije a mi madre, que seguía viviendo en Salto, que me hubiese gustado conocer la historia de su vida cuando era chica. Me costó convencerla de que hablara frente a un grabador, lo miraba con mucha desconfianza. Pero por fin se acostumbró y fue realmente muy interesante. Tanto desde el punto de vista literario como personal, porque es muy poco lo que uno sabe de sus padres. Se conoce su historia a partir de que uno nace, pero su vida previa suele ser más oscura. Más teniendo en cuenta que mis padres eran campesinos y obreros, gente de montaña, silenciosos y callados. No se hablaba de temas íntimos. Así que el nacimiento de este primer libro fue un buen aprendizaje.
-Aunque está basado en entrevistas, es notable el trabajo en la creación de una voz femenina potente.
-Lo narrado es casi todo un reflejo fiel de la realidad, con algunos agregados para ordenarla, pero hubo mucha reescritura. La estructura familiar, los personajes son reales, pero no es fácil, no se trata de grabar y después transcribir. Tenía la voz de mi madre y su forma de hablar en el grabador, así que una opción era reflejarla y limitarme a lo que ella decía. Pero de ese modo perdía muchísimas cosas implícitas en su historia que ella no expresaba. La otra posibilidad era que yo interviniera, pero no quería que se notara la marca de mi propio pensamiento. Fue una larga búsqueda hasta encontrar el término medio. Aparentemente no salió mal, porque nadie notó más de una voz. Cuando se hace literatura con historias reales, la fidelidad de la escritura no se sostiene con sólo transcribir los hechos. Hay que manejar la realidad, equilibrarla, porque suele exagerar. Uno cree en esa realidad "exagerada" cuando lee el diario, pero los mismos hechos en una novela pueden ser inverosímiles. En esta novela aplané ciertas escenas porque eran excesivas. Por ejemplo, cuando la madrina de Agata le cuenta los dramas de su vida: su padre perdió todo, los hermanos se dispersaron, ella fue recluida con las monjas y los hermanos con los curas, un hermano se enfermó de tuberculosis. Cuando Agata le pregunta a la madrina por su madre, ella se niega a responderle. Yo sabía lo que había pasado, pero tuve que dar un rodeo para no hablar de ella. La realidad es que la madre terminó en un manicomio. Era demasiado, me iban a decir: "Dal Masetto, ¡dejate de joder!".
-La novela describe la formación de una conciencia libre en Agata. Luego de que nace su hijo, en un momento de soledad, la conciencia de su capacidad de acción se despierta a través de sus recuerdos. ¿Cómo piensa esa relación entre memoria y libertad?
-Lo que la memoria rescata son elementos de sostén. Son palenques, zonas de fortaleza. Por su propia constitución, Agata es una mujer fuerte que puede afrontar las desgracias personales y sociales. Pero esa fortaleza tiene un anclaje en ciertos elementos de su mundo de entonces, fundamentalmente la casa de su infancia y juventud. Es un lugar de privilegio, real y recreado en el recuerdo, donde se puede refugiar de la amenaza exterior. También encuentra apoyo y alivio en las montañas, los ríos, la naturaleza en la que se crió.
-¿Por qué decidió seguir el relato?
-Unos años después hice mi primer viaje a Italia, lo que me permitió contar el regreso de Agata. Fue una situación de trabajo interesante, porque desde el momento en que abordé el avión en Ezeiza me propuse verlo todo a través de sus ojos. Estuve unos meses allá y visité Intra. Al borrar mis conocimientos anteriores y experimentar cómo vivía ella la vuelta, pude hacer mía también su experiencia. Yo también tenía un recuerdo de mi niñez, hasta los doce, y tenía una imagen idílica del lugar. Me encontré con un pueblo cambiado, sobre todo por la violencia y la xenofobia de su gente. No pude conectarme con aquellas cosas que creía propias en el recuerdo. Los lugares, las casas y puentes estaban iguales, pero luego de verlos ya no eran míos. No había forma de acercarse. Yo mismo había cambiado. En La tierra incomparable traté de elaborar ese duelo. Ágata va a buscar un mundo idílico y se encuentra con esos cambios terribles que en realidad remiten sólo a la parte negra de su pasado, a las persecuciones del fascismo. Ahora se da cuenta de que eso sigue allí, y de que su mundo ya no es recuperable.
-¿Qué disparó la escritura del último capítulo, Cita en el Lago Maggiore ?
-Mi hija se fue a vivir a Palma de Mallorca, yo viajé y la busqué para que conociera mi pueblo natal. En esencia es lo que yo sentí y viví en ese viaje: el aprendizaje de un padre que no logró conectarse con su pasado pero que a través de la mirada y la presencia de su hija lo puede recuperar. A la hija le pasará algo análogo al descubrir un mundo que sólo conoce como un relato. Los errores del padre, sus amores y temores de niño, se trasladan al presente para pasarle su mundo a la hija. La intención de este libro es que ellos transiten juntos un camino nuevo, y creo que lo logran.
-En un momento el padre se detiene a mirar los rostros de la gente que pasa y reconoce finalmente las buenas y malas cosas que vivió en aquel lugar, pero al verse al espejo, sólo encuentra la cara de alguien que busca algo sin saber qué es. ¿De qué se trata esa búsqueda?
-El personaje está a punto de tocar lo que busca, pero se le esfuma. Está esperando que la respuesta venga de su hija. El viaje le da una experiencia importante, pero no una respuesta. Nunca tenemos respuestas concretas ante nada, siempre estamos acechándolas. Por eso la poesía es el mejor acercamiento a la realidad. Los poetas utilizan el lenguaje para tocar zonas de sensibilidad que se acercan a una verdad, aunque nunca acceden del todo. En ese movimiento se logra una emoción muy fuerte que, de algún modo, es la única respuesta.

DE ITALIA A LA ARGENTINA

Cuando Dal Masetto llegó al país con su familia, tenía 12 años. Le llevó tiempo aprender el castellano. "Estaba cansado de que me cargaran. Sufrí mucho. Me sentía un marciano", confesó a la revista dominical de La Nacion en 1998.
Duplicó esfuerzos para adaptarse: trabajó de albañil, heladero, empleado público, vendedor ambulante, pintor y carnicero. Se obligó a dominar el lenguaje. Entonces se nacionalizó y se convirtió en escritor. A los 26 años obtuvo una mención en el premio Casa de las Américas por su primer libro de cuentos, Lacre . A los 30, publicó su primera novela, Siete de oro . En 1990 ganó definitivamente la batalla, junto con el Primer Premio Municipal por Oscuramente fuerte es la vida .
Dos novelas suyas fueron llevadas al cine: en 1985, Hay unos tipos abajo , dirigida por Emilio Alfaro y Rafael Filipelli, y en 1992, Siempre es difícil volver a casa , cuyo realizador fue Jorge Polaco.
Por Martin Lojo  | LA NACION- ADN

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