QUIEN ACEPTA, CELEBRA
Por Sergio Sinay
Por Sergio Sinay
"Si pretendes justificar tus errores, significa que aún no los has aceptado." Justificar/argumentar: encontrar el porqué, las razones, los motivos por los que llegué a cometer un error para no volver a repetirlo: ¿es eso no aceptar?, ¿acaso no es reconocerlo, darle cierta importancia, para ocuparse de no actuar de manera necia? Si el reconocimiento y la aceptación son "etapas" diferentes, ¿de qué hablamos cuando decimos "aceptar"?
María Belén G.
Ante situaciones significativas o decisivas de la vida suele aparecer ante nosotros la pregunta: ¿por qué? Necesitamos saber por qué sucedió, por qué lo hicimos, por qué nos lo hicieron, por qué no fue de otro modo, por qué actuamos de tal manera o lo hicieron con nosotros. Acaso un porqué, sugiere nuestra amiga María Belén, nos permita entender y no repetir. Y entonces, quizás, aceptar.
¿Y qué es, por fin, aceptar? A menudo confundimos esta palabra con tolerar. Y con frecuencia solemos emparentarla con resignación. Pero ni quien tolera ni quien se resigna aceptan. Tampoco quien justifica (a veces la negación suele vestirse de justificación). La tolerancia da al tolerante un cierto distanciamiento, una cierta superioridad: él demuestra estar por sobre la imperfección de los otros o de las cosas, tolerándolas, sin dejar de hacer notar que lo hace o sin dejar de estar disconforme. Eso lo coloca un escalón más arriba que el o lo tolerado. En la resignación tampoco hay aceptación, sino desconsuelo ante la imposibilidad de entender o de transformar. Y deja como resaca una cierta melancolía. En este caso, el escalón está por debajo. La aceptación, en cambio, supone equidad. En la más sencilla de sus acepciones, el diccionario de nuestra lengua dice que aceptar es dar por bueno. En la aceptación hay recepción sin cuestionamiento, hay empatía y comprensión, hay compasión. Quien acepta recibe, toma, y al hacerlo celebra. Así sea que lo aceptado trate del otro, de un hecho, de la naturaleza o de uno mismo.
Aceptamos sin condiciones; no lo hacemos a cambio de que, gracias a esta actitud, se nos aseguren ciertas devoluciones o contraprestaciones. Casi siempre, aquello que aceptamos es algo que no depende de nosotros, es algo que encontramos consumado. Vista así, la aceptación encierra una enorme dosis de humildad. Lo que sí depende de nuestra voluntad es aceptar. Somos responsables de ello. Es un acto consciente e intencional que, a menudo, es producto de arduos procesos de aprendizaje, de experiencias a veces dolorosas, ya que difícilmente la conciencia se expanda y profundice sin una cuota de dolor.
El escritor estadounidense Richard Ford ha completado recientemente una saga que bien puede leerse como la descripción del profundo y comprometido viaje de un individuo hacia la aceptación. Se trata de tres novelas - El periodista deportivo, El día de la independencia y Acción de gracias - que narran algo más de veinte años en la vida de Frank Bascombe, su protagonista, que en ese lapso atraviesa diversas situaciones existenciales (separación, mudanzas, cambio de profesión, desencuentros con sus hijos, pérdidas, reencuentros, equivocaciones, reparaciones, cáncer) en las que es imposible que el lector no se vea reflejado más de una vez. Ford escribe con un estilo depurado, pausado, de palabras precisas y hermosas, con una admirable captación de los entresijos del alma humana. En la madurez de su vida, Bascombe, el personaje, ha comprendido algo: "Es únicamente a escala humana, con el ancho mundo extendido a tus pies, donde el siguiente nivel de la vida ofrece sus ventajas y recompensas. Y sólo si se lo permites. (...) Con la aceptación de lo que son las cosas, con sentido práctico y en tiempo real, puede alcanzarse un nivel de espiritualidad tan alto como el que puede conseguirse por otros medios".
Por todo esto, quizá más importante que preguntarnos por qué resulte preguntar para qué hacemos o nos ocurre o sucede aquello que nos afecta. Para aprender qué, para atravesar qué, para aceptar qué. Preguntar por qué nos remite una y otra vez a lo pasado. Preguntar para qué nos invita a explorar lo que viene. La aceptación tiene que ver con esto. Acaso por ello el filósofo André Comte-Sponville la considera el contenido principal de la sabiduría. Cada acto de aceptación nos liga a lo más esencial y misterioso de la vida. Nos aliviana el equipaje y nos habilita a continuar el viaje.
María Belén G.
Ante situaciones significativas o decisivas de la vida suele aparecer ante nosotros la pregunta: ¿por qué? Necesitamos saber por qué sucedió, por qué lo hicimos, por qué nos lo hicieron, por qué no fue de otro modo, por qué actuamos de tal manera o lo hicieron con nosotros. Acaso un porqué, sugiere nuestra amiga María Belén, nos permita entender y no repetir. Y entonces, quizás, aceptar.
¿Y qué es, por fin, aceptar? A menudo confundimos esta palabra con tolerar. Y con frecuencia solemos emparentarla con resignación. Pero ni quien tolera ni quien se resigna aceptan. Tampoco quien justifica (a veces la negación suele vestirse de justificación). La tolerancia da al tolerante un cierto distanciamiento, una cierta superioridad: él demuestra estar por sobre la imperfección de los otros o de las cosas, tolerándolas, sin dejar de hacer notar que lo hace o sin dejar de estar disconforme. Eso lo coloca un escalón más arriba que el o lo tolerado. En la resignación tampoco hay aceptación, sino desconsuelo ante la imposibilidad de entender o de transformar. Y deja como resaca una cierta melancolía. En este caso, el escalón está por debajo. La aceptación, en cambio, supone equidad. En la más sencilla de sus acepciones, el diccionario de nuestra lengua dice que aceptar es dar por bueno. En la aceptación hay recepción sin cuestionamiento, hay empatía y comprensión, hay compasión. Quien acepta recibe, toma, y al hacerlo celebra. Así sea que lo aceptado trate del otro, de un hecho, de la naturaleza o de uno mismo.
Aceptamos sin condiciones; no lo hacemos a cambio de que, gracias a esta actitud, se nos aseguren ciertas devoluciones o contraprestaciones. Casi siempre, aquello que aceptamos es algo que no depende de nosotros, es algo que encontramos consumado. Vista así, la aceptación encierra una enorme dosis de humildad. Lo que sí depende de nuestra voluntad es aceptar. Somos responsables de ello. Es un acto consciente e intencional que, a menudo, es producto de arduos procesos de aprendizaje, de experiencias a veces dolorosas, ya que difícilmente la conciencia se expanda y profundice sin una cuota de dolor.
El escritor estadounidense Richard Ford ha completado recientemente una saga que bien puede leerse como la descripción del profundo y comprometido viaje de un individuo hacia la aceptación. Se trata de tres novelas - El periodista deportivo, El día de la independencia y Acción de gracias - que narran algo más de veinte años en la vida de Frank Bascombe, su protagonista, que en ese lapso atraviesa diversas situaciones existenciales (separación, mudanzas, cambio de profesión, desencuentros con sus hijos, pérdidas, reencuentros, equivocaciones, reparaciones, cáncer) en las que es imposible que el lector no se vea reflejado más de una vez. Ford escribe con un estilo depurado, pausado, de palabras precisas y hermosas, con una admirable captación de los entresijos del alma humana. En la madurez de su vida, Bascombe, el personaje, ha comprendido algo: "Es únicamente a escala humana, con el ancho mundo extendido a tus pies, donde el siguiente nivel de la vida ofrece sus ventajas y recompensas. Y sólo si se lo permites. (...) Con la aceptación de lo que son las cosas, con sentido práctico y en tiempo real, puede alcanzarse un nivel de espiritualidad tan alto como el que puede conseguirse por otros medios".
Por todo esto, quizá más importante que preguntarnos por qué resulte preguntar para qué hacemos o nos ocurre o sucede aquello que nos afecta. Para aprender qué, para atravesar qué, para aceptar qué. Preguntar por qué nos remite una y otra vez a lo pasado. Preguntar para qué nos invita a explorar lo que viene. La aceptación tiene que ver con esto. Acaso por ello el filósofo André Comte-Sponville la considera el contenido principal de la sabiduría. Cada acto de aceptación nos liga a lo más esencial y misterioso de la vida. Nos aliviana el equipaje y nos habilita a continuar el viaje.
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