“Sufro, esto es lo que uno siente cuando sufre
y, en realidad, debería estar contenta por haber conocido a Michel y por que
Franziska sea mi compañera de pupitre. ¿Pero, entonces, por qué sufro?”
Eva tiene 15 años y su mejor
amiga es la nevera. Pero es que ésta, la nevera, siempre está
ahí. Para apoyarla con su abrigo de chocolate, o mantequilla, o salmón
aceitoso, o lo que sea que se pueda comer cuando Eva se siente sola, o triste,
o aislada. Y eso ocurre muy a menudo, porque Eva está sola, gorda, gordísima,
y la comida es el único consuelo a su triste vida. Así comienza Chocolate
amargo, uno de los clásicos de la literatura juvenil
(años 80) que Anaya ha comenzado a reeditar en la colección Clásicos
Modernos y que, oye,
no está mal.
A ver, yo, de mi adolescencia recuerdo libros
mejores como, por
ejemplo, Los escarabajos vuelan al atardecer que se que me quedó ahí, sin recordar
muy bien (o nada) de qué iba. O Cuando Hitler robó el conejo rosa,
otro libro de entonces que yo leí hace un par de años y realmente me encantó.
O, simplemente, Lumbanico, que lo lees ahora y ya te
parece una novela para adultos, aunque la protagonicen niños. No encontré mucha
diferencia entre él y otros libros no juveniles. En Chocolate
amargo sí se nota,
aunque está bien escrito, pero quizá su final, con mucha moralina, me sonó
más infantil, pero tampoco lo critico. Este
es un libro para niños que entran en la adolescencia y es mucho mejor que alguien les diga
que por estar gordo no se es peor amigo, ni peor persona, ni peor nada y que
reeduque su relación con la comida, que animarles a dejar de comer.
“Embutida en la grasa se
escondía ella, la auténtica, la verdadera Eva, tal como debería ser: libre de
aquel peso fofo y seboso, incorpórea y digna de ser amada”
Por eso, sobre todo, resulta interesante. Para
que lo lea una chica de 12 años. Su cabeza se está formando. Y también su
cuerpo. Le están saliendo pechos, culo, se está ensanchando, y se avergüenza.
A veces crees que la solución es empezar a vomitar. A apartar la comida. Puedes
terminar abrazando a una chica que no existe (y que si lo hace es solamente
para matar) que se llama anorexia, aunque a veces prefieren llamarla Ana. Aquí,
Eva es gorda porque no puede de comer. A todas horas. Por todo. La comida es
refugio. El frigo, como dije antes, el mejor amigo. Pero lo más impresionante
es que esto la autora, nunca te lo dice así, tal y como lo he escrito
yo. Sí, resulta interesante ver la evolución
de Eva.
Sólo te cuenta, te describe la lucha de Eva contra Eva y sus horas en la habitación pensando
en no bajar a la cocina, soñando con abrir el frigo, comerse esa rodaja de
salmón, sólo una, una nada más, con el aceite escurrido… Hasta que se
autoconvece de ser demasiado fuerte y hacerlo: bajar, abrir, comer una, cerrar
y volver a subir. Claro, el problema es que a esa rodaja le siguen tres más, el
paquete entero, y dos de salami, y el pan, y… Eva termina de nuevo en la cama,
llorando, sintiéndose más triste, frustrada y más gorda de lo que ya era a un
rato. Conocer a un chico por casualidad un
día en el parque, a Michel, lo cambia todo. Él parece no ver,
apreciar, lo gorda que está, sólo existen sus buenas notas. Michel será el
primer ladrillo del muro sobre el que se alzará la nueva Eva. Y ese proceso de
entenderse, de quererse tal y como se es, es el libro. Evolucionas con él. Y te
gusta. Está bien, sí. Lo dicho, interesante.
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