Es probable que al tomar entre nuestras manos ese conjunto de libros que llamamos Biblia, nos preguntemos qué es, cómo surgió, de qué habla. Estas preguntas son honestas y pertinentes porque justamente nos encontramos con un libro o un conjunto de libros. Es algo palpable, tangible, lo podemos medir y pesar. Algo que ha sido construido, y en sentido más propio, editado. Por otro lado, la comunidad creyente considera la Biblia como palabra de Dios. Y así nos encontramos con una obra que no tiene un autor y actor únicos. Ya no es sólo el que escribió, el que usó la tinta de origen vegetal, las hojas de papiro o cueros de cabra, el que juntó los libros, y el que la editó. Es alguien más que está participando en esa obra.
Por eso consideramos la Biblia como una obra que tiene a Dios y a los escritores como autores. Ambos, en un misterioso diálogo, en un proceso de encuentro de libertades, gestaron estas letras que hoy vemos y leemos. Así lo consideró la Iglesia en el Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Divina Revelación, número 12 y 13.
Si es obra humana, entonces tuvo una historia. Esa historia es producto de búsquedas y de intereses, como todas las historias humanas. Quien ponía por escrito los acontecimientos, que luego aparecerán en la Biblia, lo hace desde su condición de fe, inspirado, buscando animar a su pueblo a que crea como él cree. Como todas las historias, no tenía intención de objetividad, sino de revelación. Los autores revelaban lo que Dios estaba diciendo al pueblo.
Los estudiosos e historiadores consideran que los primeros escritos del Primer Testamento surgen alrededor del siglo X antes de Cristo, en tiempos de la monarquía davídica. Pero no como libros completos sino tradiciones patriarcales, relatos de alianzas con Dios, relatos de la posesión de la tierra, etc. Esos escritos recogen tradiciones orales que tenían siglos de antigüedad y de vida. Ese proceso encuentra un punto clave en tiempos de la dominación griega, más o menos durante el siglo I antes de Cristo, cuando ya estaría recopilada gran cantidad de lo que para nosotros es hoy el Primer Testamento.
El Segundo Testamento tiene un proceso más corto. Comenzó con las fuentes orales a partir de la experiencia de la resurrección de Jesús. Los cristianos recogieron esas experiencias y escribieron cartas y libros en un período que va desde el año 50, aproximadamente, hasta el fin del siglo I.
La Biblia surgió como un producto de la transmisión de los acontecimientos, primeramente por medio de fuentes orales, familiares, tribales; y luego, para hacer perdurar ese mensaje de fe, quienes sabían hacerlo lo escribían.
La Biblia surgió como un producto de la transmisión de los acontecimientos, primeramente por medio de fuentes orales, familiares, tribales; y luego, para hacer perdurar ese mensaje de fe, quienes sabían hacerlo lo escribían.
Por eso no nos preocupamos si ante un mismo hecho histórico, por caso la muerte de Jesús, o las palabras del Señor resucitado, los evangelios no coinciden. Incluso debemos considerar que cada libro, y por supuesto cada evangelio, tiene su propia teología para anunciar el mensaje. Siguiendo con el ejemplo de la muerte de Jesús, sólo el evangelio de Juan relata que un soldado romano clavó una lanza sobre el pecho de Jesús del cual surgió sangre y agua. Obviamente que Juan no está describiendo una autopsia sino haciendo teología. Para el evangelio, el agua y la sangre son los signos de los sacramentos del bautismo y la eucaristía, y éstos tienen su origen en la entrega de Jesús hasta la muerte.
Y como tampoco podemos pedirles identidad literal a las fuentes, queda descartada la unicidad del mensaje, eso da a la Biblia la gran riqueza de la variedad de tradiciones que en ella se expresa. Al decir de algunos estudiosos, se trata de “una sinfonía a varias voces”, interactuando entre silencios, armonías, cantos y movimientos. Es una obra de arte y como tal, debería ser comprendida y estudiada.
La Biblia no brinda precisiones históricas, geográficas, demográficas o científicas. No es su objetivo. Habla de la relación de la humanidad, de cada pueblo, con ellos mismos y con Dios. Sí nos ayuda a entender el amor, la verdad y la justicia. La Biblia nos remonta a la verdad de la humanidad que busca su identidad y a Dios que se la revela en un diálogo de amor.
Por José Luis D´amico - 11/05/12 - Licenciado en Teología, con especialización en Sagradas Escrituras (UCA).
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