martes, 18 de junio de 2013

El Crimen de No Educar, 
de Fernando Savater

Aunque estoy convencido de la importancia de la educación para lograr personas humanas algo más decentes, tolerables y tolerantes de lo que fuimos sus padres, no creo que se trate de la solución milagrosa de todos nuestros males. En cualquier plan para aliviar los defectos de nuestro mundo ha de participar la educación …aunque sin duda no bastará con la mera educación. ¡Intervienen tantos factores internos y externos en la determinación de la conducta humana! Lo malo de los seres libres es que ya no tenemos ningún resorte mágico que baste apretar para convertirnos en santos. Y aunque lo hubiese, yo, desde luego, no me atrevería a apretarlo: prefiero dejar abierta la posibilidad de hacer el mal a convertir el bien en un gesto automático...
Sin embargo, la educación me sigue pareciendo fundamental. Y es que, queramos o no, se trata de algo irremediable, que todo el mundo recibe. Sí, no se asombren ustedes: la educación es un fenómeno universal y obligatorio, del que de un modo u otro nadie carece ni ha carecido nunca ... al menos si pertenece a la especie humana. A quien no le educa la familia o la escuela, le educará la televisión, la calle o la selva, pero sin educación no se quedará. A Trazán lo educaron los monos y a Mowgli los lobos: salieron a fin de cuentas buenos chicos, pero no parece aconsejable repetir demasiado a menudo el experimento. Porque ahí está precisamente el quid del asunto: los bienes que aporta la buena educación pueden ser limitados y eventualmente insuficientes, pero las perversiones que trae la educación mala son mucho más seguras...y devastadoras Ni aun preocupándonos por educar bien es seguro que consigamos obtener buenos ciudadanos, pero si dejarnos la educación en manos del azar o del mercado, obtendremos sin duda una excelente cosecha de monstruos.
El 30 de enero se celebró en todos los centros de enseñanza la jornada de No Violencia, que pretende resaltar la importancia de preparar a nuevas generaciones para la convivencia pacífica (aunque sea polémicamente pacífica) si queremos mañana vivir de un modo menos sanguinario y belicoso. Las escuelas, los colegios y los institutos son espacios públicos y obligatorios, por lo general los primeros de ese tipo que conocen los niños al salir de sus familias. Nunca son burbujas aisladas del resto de la sociedad sino microcosmos que revelan a escala reducida los abusos y las virtudes de la comunidad circundante. En ellos se descubren las obligaciones y los atropellos, la marginación y la fraternidad. Y la omnipresencia tentadora de la violencia. Es preocupante constatar la creciente abundancia de incidentes feroces y agresivos en nuestros centros de enseñanza: entre los alumnos, entre alumnos y profesores. Hay mafias adolescentes y brutos seminazis que aún llevan pantalón corto. Algunos chavales tiemblan al entrar en clase y bastantes maestros tiemblan todavía más … ¡incluso cuando tienen que recibir a los padres, a veces más peligrosos que sus retoños!
Creo que no hay que minimizar la importancia de las situaciones de amenaza y crueldad que se dan en las aulas. Recuerdo demasiado bien haberlas padecido en la infancia y la adolescencia como para tomarlas a broma o deseárselas a nadie. Pero la solución no es cosa fácil. Maestros y profesores han perdido en gran parte el escudo de respeto, a veces exagerado, que tuvieron en otras épocas. Ahora ya la simple imposición de la autoridad no basta, aunque tampoco debe ser desdeñada en nombre de un malentendido espíritu libertario cuando se ejerce de modo razonable. Pero queremos formar personas responsables y no meramente obedientes, que han de vivir en una sociedad cada vez más individualista e igualitaria De modo que hay que intentar otros métodos complementarios. Por ejemplo, la Generalitat de Cataluña se propone escoger y preparar en las comunidades escolares a alumnos que sirvan de mediadores en la resolución de conflictos internos. Deben poseer ciertas dotes de liderazgo y un carácter a la vez firme en lo esencial y flexible en todo lo demás, a los que se instruirá en los principios básicos de la resolución de enfrentamientos civiles. Parece una buena idea para acostumbrar a quienes sienten la tentación de la violencia pero rechazan la jerarquía a buscar arbitrajes que eviten la brutalidad y resguarden del matonismo. Del ajeno ... y del propio.
Hombres que asesinan a sus mujeres, padres que maltratan como ellos fueron maltratados, chavales que apalean a vagabundos, niñas que condenan a muerte por celos a una compañera de pupitre... Y por encima de todo, otra vez la amenaza mundial de una guerra, planteada de modo especialmente prepotente y estúpido contra un dictador no menos miserable: por todos lados niños malcriados, inmaduros, decidiendo sobre la vida y la muerte de los demás. Al comienzo de sus Antimemorias, cuenta Malraux que un sabio oriental comentó confidencialmente "No hay adultos". Sería buena idea que, ya que estamos condenados a la puerilidad, intentemos al menos extirpar de ella la semilla del crimen.

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