A slideshow design by Smilebox |
Si la vida te da mil razones para llorar, demuestra que tiene mil y una para soñar.Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad.
sábado, 23 de junio de 2012
Previo a la “ Promesa de Lealtad a la Bandera Nacional”, los alumnos de cuarto grado, investigaron, realizaron distintas actividades.
El principal objetivo de las actividades que se fueron desarrollando tuvo como objetivo que conocieran un poco más sobre la vida y obra de Manuel Belgrano, tomando así un significado mayor esa promesa de lealtad que van a realizar, como así también festejar los 200 años de la creación de nuestra Enseña Patria”.
Entre las actividades programadas se visitó la Dirección General de Protocolo y Ceremonial y el Convento de Santo Domingo.
A pesar del la fría mañana que les tocó salir, se vio a los chicos muy entusiasmados e interesados .
En la presentación siguiente, podrán compartir lo vivido.
viernes, 22 de junio de 2012
La escuela, esa máquina anticuada
¿Redes o paredes?, el polémico ensayo de la investigadora argentina -que Tinta Fresca publica en estos días y que aquí anticipamos- examina las causas profundas y las raíces históricas de la crisis que hoy se vive en las aulas
Entre tantas preguntas abiertas, cada vez más difíciles de responder debido a su creciente especificidad y a lo arduo que resulta imaginar alternativas para el futuro de nuestro presente, una certeza es casi obvia y podría servir aquí como punto de partida: actualmente, la escuela está en crisis. ¿Por qué? Los factores que llevaron a esa situación son innúmeros y sumamente complejos, pero una vía para comprender los motivos de ese malestar consiste en recurrir a su genealogía. Al observarla bajo el prisma historiográfico, esa institución gana los contornos de una tecnología : se la puede pensar como un dispositivo, una herramienta o un intrincado artefacto destinado a producir algo. Y no cuesta demasiado verificar que ese aparataje se está volviendo gradualmente incompatible con los cuerpos y subjetividades de los chicos de hoy. La escuela sería, entonces, una máquina anticuada. Por eso, tanto sus componentes como sus modos de funcionamiento ya no sintonizan fácilmente con los jóvenes del siglo XXI.
En esa junción que, aun así y no obstante, insiste en ocurrir todos los días durante largas horas, en casi todos los rincones del planeta? las piezas no encajan bien: se descubren relieves imprevistos en sus engranajes y los circuitos se obstruyen con frecuencia, ocasionando todo tipo de fricciones, trabas, ruidos, desbordes e incluso tremendos destrozos. Se trata, en fin, de organismos que no se ensamblan tan armoniosamente como solía suceder algún tiempo atrás; y, en consecuencia, tienden a desencadenar conflictos de toda especie y de la más variada gravedad cuando se los pone en contacto. Más allá de las particularidades individuales de cada estudiante y de las diversas instituciones cobijadas bajo la categoría "escuela", dejando de lado también las significativas diferencias relativas a los contextos socioeconómicos e inclusive geopolíticos de cada caso, sería difícil negar esa incompatibilidad . Hay una divergencia de época: un desajuste colectivo entre los colegios y sus alumnos en la contemporaneidad, que se confirma y probablemente se refuerce día a día en la experiencia de millones de niños y jóvenes de todo el mundo. Se trata de algo que ya parece constituir una marca generacional y que, de hecho, ha sido teorizado por varios autores recurriendo a motes relacionados con ciertas letras del alfabeto ?generación Y o Z, por ejemplo, así como N de net y D de digital ? o bien a la más desahuciada etiqueta "post-alfa", además de la exitosa expresión "nativos digitales" y otras por el estilo.
Como quiera que sea, y aunque nadie ignore que ese desacople se viene gestando desde hace ya bastante tiempo, quizás incluso a todo lo largo del extenso y conturbado siglo XX, la brecha se ha vuelto incontestable en los últimos años. La primera década del nuevo milenio fue decisiva, en ese sentido, y probablemente lo serán aún más las que vendrán. Esa constatación ocurre, justamente, cuando se está sellando un encaje casi perfecto entre esos mismos cuerpos y subjetividades de la actualidad, por un lado, y un nuevo tipo de maquinaria, por otro lado, bastante distinta y quizás opuesta a la parafernalia escolar. Se trata, claro está, de los aparatos móviles de comunicación e información, tales como los teléfonos celulares y las computadoras portátiles con acceso a Internet, que ensancharon hasta el abismo la fisura abierta hace más de medio siglo por la televisión y su concomitante "cultura audiovisual". A partir de la evidencia de ese choque se han originado las diversas tentativas de fusionar de algún modo ambos universos: el escolar y el mediático. Esas iniciativas se despliegan actualmente en varias partes del mundo respondiendo a la urgencia del conflicto y tratando de resolverlo de modos innovadores, aunque todavía con métodos experimentales y resultados inciertos.
Desde luego, no se trata de un fenómeno fortuito ni demasiado enigmático: hay explicaciones históricas e inclusive antropológicas para esa creciente discrepancia entre los colegios y los chicos de hoy, así como para la hostilidad y los dilemas que suelen acompañarla. Esas justificativas comprenden un amplio abanico de factores económicos y políticos, además de importantes cambios sociales, culturales y morales, que fueron desencadenándose en las últimas décadas con una brusca aceleración en los años más recientes. ¿De qué transformaciones se trata? Aunque haya en juego ciertos movimientos contradictorios o de alta complejidad, que no hacen más que sumar incertidumbres al cuadro presente, sus lineamientos básicos resultan casi obvios para quienes transitamos algunas décadas del siglo pasado y nos ha tocado ser adultos a principios del XXI. Y están lejos de poder sintetizarse aludiendo exclusivamente a los avances técnicos.
Tras haberse iniciado probablemente en el periodo de postguerra o, con más seguridad, a partir de los años 1960, la germinación de esos procesos ha demorado bastante tiempo, pero ahora sus frutos cristalizan con un triunfalismo que no deja lugar a dudas. Y aunque sea evidente que la causa de tan complejo movimiento histórico no se limita a los dispositivos tecnológicos de reciente popularización, su confluencia con esta crisis que ya estaba decantando ha motivado, precisamente, que la grieta sea cada vez más ineludible. Por un lado, entonces, tenemos a la escuela con todo su clasicismo a cuestas; por otro lado, la presencia cada vez más incontestable de esos "modos de ser" típicamente contemporáneos. Esa desarticulación se ha vuelto muy difícil de soslayar mirando hacia otro lado o fingiendo que no pasa nada, o bien tratando de emparchar vanamente un artefacto abstruso que, a todas luces, parece haber perdido buena parte de su eficacia y su sentido al depararse con el nuevo paisaje que creció a su alrededor.
En virtud de la generalización de ese panorama, este ensayo se propone examinar en qué consisten esos cambios tan profundos que vienen afectando a los cuerpos y las subjetividades en los últimos tiempos, y que ahora permitirían vislumbrar la consumación de una metamorfosis. De hecho, aunque haya prosperado en el breve plazo de una misma generación, se trata de una transformación tan intensa que suele despertar toda suerte de perplejidades, especialmente en aquellos que no han nacido inmersos en el nuevo medio ambiente sino que atravesaron esa mutación y ahora sienten sus efectos en la propia piel. Al fin y al cabo, estamos aludiendo a una transición entre ciertos modos de ser y estar en el mundo -que, sin duda, eran más compatibles con el colegio tradicional y con las diversas tecnologías adscriptas al linaje escolar- y estas nuevas subjetividades que florecen actualmente y que manifiestan su flagrante disconformidad con dichas herramientas, mientras se ensamblan alegremente con otros artefactos.
Bajo esta perspectiva, por tanto, queda claro que la escuela es una tecnología de época. Aunque hoy parezca tan "natural" y obvio algo cuya inexistencia sería inimaginable, lo cierto es que esa institución no siempre existió en el orden de una eternidad improbable, como el agua y el aire, ni siquiera como las nociones de niño, infancia, hijo o alumno, igualmente naturalizadas pero también pasibles de historización. Muy por el contrario, entonces: el régimen escolar fue inventado algún tiempo atrás y en el seno de una cultura bien definida; es decir, en una confluencia espacio-temporal bastante concreta e identificable, hasta se diría que demasiado reciente para haberse arraigado al punto de volverse incuestionable. De hecho, esa institución fue ideada con el fin de responder a un conjunto de demandas específicas del proyecto histórico que la diseñó y se ocupó de ponerla en práctica: la modernidad. Claro que había habido, antes, escuelas o colegios, pero no equivalían a lo que ahora nombramos con esos términos. En la Edad Media, por ejemplo, "eran reservados a un pequeño número de clérigos y se mezclaban las diferentes edades en un espíritu de libertad de costumbres", cuenta Philippe Ariès, aclarando que recién "al principio de los tiempos modernos se convirtieron en un medio de aislar cada vez más a los niños durante un período de formación tanto moral como intelectual, de adiestrarlos gracias a una disciplina más autoritaria y, de ese modo, separarlos de la sociedad de los adultos". Pero, como aclara el mismo historiador francés, "esa evolución del siglo XV al XVIII no se dio sin resistencias".
Sin duda, fue una estrategia sumamente audaz que, en contrapartida, también requería ciertas condiciones básicas para poder funcionar: además de estipular metas y objetivos, hubo que establecer determinados requisitos, de diversa índole, para que semejante maquinaria pudiera operar con eficacia. Entre las exigencias históricas a las cuales buscaba responder la creación de esa curiosa entidad figuran los desmesurados compromisos de la sociedad moderna, que se pensó a sí misma -al menos, idealmente- como igualitaria, fraterna y democrática. Y, por consiguiente, asumió la responsabilidad de educar a todos sus ciudadanos para que estuvieran a la altura de tan magno proyecto, desplegando con ese fin los potentes recursos de cada Estado Nacional. Hacía falta alfabetizar a cada uno de los habitantes de la nación en el uso correcto del idioma patrio, por ejemplo, enseñándoles a comunicarse con sus contemporáneos y con las propias tradiciones mediante la lectura y la escritura. Además, había que instruirlos para que supieran hacer cálculos y lidiar con los imprescindibles números. En suma, un conjunto de aprendizajes útiles y prácticos que fueron desplazando a una multitud de dogmas y mitos sin aval científico o cuya inutilidad se tornó flagrante; es decir, todo aquello que ya no servía para nada tras haber perdido el substrato cultural que antes le diera sentido. Y, por último aunque no menos esencial, era necesario aleccionar a los hombres del futuro en los usos y costumbres dictados por la virtuosa "moral laica" enarbolada por la burguesía triunfante: un menú inédito de valores y normas que se impuso junto con ese inmenso proyecto político, económico y sociocultural.
Embebida en esa atmósfera en ascenso, la plataforma sobre la cual se irguió dicho programa ostenta un mote muy claro: disciplina. En sus lecciones impartidas a fines del siglo XVIII y publicadas algunos años más tarde, en 1803, bajo el título Sobre pedagogía , nada menos que Immanuel Kant dejó sentado que ése sería el objetivo prioritario de la educación. "La disciplina convierte a la animalidad en humanidad", afirmaba el filósofo alemán hace más de doscientos años, aseverando que sólo con ese instrumento en mano sería posible "someter a la barbarie". Quedaba explicitada, así, la función básica de la institución escolar entonces en ciernes: humanizar al animal de nuestra especie, disciplinándolo para modernizarlo y, así, iniciar la evolución capaz de convertirlo en un buen ciudadano. Una vez lograda esa primera meta, en segundo lugar cabría "cultivar" a los hombres para que éstos pudieran desarrollar determinadas habilidades, tales como leer y escribir o aprender otras destrezas más específicas. Esa tarea requeriría "la instrucción y la enseñanza", pero solamente podría consumarse a partir del trabajo civilizador previamente realizado sobre la naturaleza cruda de los alumnos. En ese sentido, para Kant, la disciplina sería una labor negativa , destinada a anular una etapa previa: "la acción por la que se borra en el hombre la animalidad". De ese modo se expurgaría su condición primitiva o su barbarie originaria, que se verificaba en algo gravísimo para el proyecto moderno: la ignorancia de la ley.
En cambio, la instrucción ya constituiría la parte positiva de la educación, inscripta necesariamente sobre la vital supresión del estado precedente, ya que sólo "la disciplina somete al hombre a las leyes de la humanidad y comienza a hacerle sentir su coacción". De manera que esa fase básica no consistiría solamente en enseñar a los niños cuáles son las reglas concretas que comandan la sociedad, sino en algo mucho más elemental e imprescindible: saber que la ley existe y, como tal, debe ser respetada. Siguiendo la escala de prioridades de la pedagogía kantiana, además de la disciplina y la instrucción, en tercer lugar sería necesario propagar la "civilidad", logrando así que cada hombre adquiera "buenas maneras, amabilidad y una cierta prudencia" para poder adaptarse con éxito a las costumbres y los usos sociales. Por último, el filósofo destacaba que "hay que atender a la moralización", de modo que habiendo aprendido a ejecutar un conjunto de tareas con distintos fines, cada uno tenga también "un criterio con arreglo al cual sólo escoja los buenos". En síntesis, la pedagogía tendría como meta propiciar "el desarrollo de la humanidad", de manera acumulativa y cada vez más perfeccionada, procurando que ésta no fuera sólo "hábil, sino también moral", pues "no basta con el adiestramiento; lo que importa, sobre todo, es que el niño aprenda a pensar"; y, fundamentalmente, que sepa comportarse como se debe. Ese ejercicio de la racionalidad transmitido por la educación formal así pautada era también, y quizás sobre todo,normalizador : se enseñaba a pensar y a actuar del modo considerado correcto para los parámetros de la época.
El texto de Kant sin duda merece el detenimiento aquí deparado, ya que su obra constituyó uno de los pilares de la modernidad; por eso, no conviene desdeñar el vínculo que esa pluma soldó entre la educación formal y la disciplina como un proyecto cardinal de la Ilustración. Ésta debía aplicarse e infundirse de inmediato en cada recién nacido "porque en otro caso es muy difícil cambiar después al hombre", explicaba el filósofo alemán; de lo contrario, ocurriría algo muy peligroso: éste quedaría a merced de sus caprichos. Por eso, la capacidad de doblegarse ante la razón y la disciplina debería inculcarse muy precozmente en la trayectoria vital de todos los ciudadanos: "si en su juventud se le dejó a su voluntad, conservará una cierta barbarie durante toda su vida", advertía el autor, agregando que "tampoco le sirve de nada el ser mimado en su infancia por la excesiva ternura maternal, pues más tarde no hará más que chocar con obstáculos en todas partes y sufrir continuos fracasos, tan pronto como intervenga en los asuntos del mundo". Por tales motivos, complementando la severidad paterna y el control familiar, fue necesario instituir la escuela moderna para reforzar esa misión, cuya utilidad sería tanto individual como colectiva.
De modo que no ha sido por razones banales que se adoptó el nuevo hábito: desde muy pequeños, los niños de la era burguesa debieron ser enviados todos los días a las escuelas "no ya con la intención de que aprendan algo", según recalcó el mismo Kant, "sino con la de habituarlos a permanecer tranquilos y a observar puntualmente lo que se les ordena". Por eso, para el ciudadano moderno, no haber sido instruido en el dominio de ciertas habilidades implicaría, sin duda, un problema; sin embargo, mucho peor que cualquier impericia -incluso más grave que cierta ignorancia o necedad- sería el hecho de no tener disciplina. Porque eso lo llevaría a equipararse a un salvaje o un bárbaro y, una vez consumada esa falta en el niño, ya no podría ser remediada más tarde con enseñanzas puntuales: convertido en un adulto indisciplinado, ese hombre estaría arruinado sin posibilidad de enmienda para los fines perseguidos por la civilización. De hecho, además de denunciar con firmeza esas fallas de carácter en los infantes maleducados que se convertirían, fatalmente, en adultos sin disciplina y por ende malogrados, ese autor identificaba algo similar "entre los salvajes que, aunque presten servicio durante mucho tiempo a los europeos, nunca se acostumbran a su modo de vivir". Al explicar los motivos de dicha resistencia al rigor disciplinario en los seres provenientes de otras culturas, el filósofo alemán no sólo no adhiere sino que niega explícitamente que hubiera en ellos "una noble inclinación hacia la libertad, como creen Rousseau y otros muchos". En cambio, Kant denuncia una especie de brutalidad que sería inherente a esas criaturas: "es que el animal aún no ha desenvuelto en sí la humanidad".
Aunque esas palabras provoquen cierto escozor en los lectores del siglo XXI, conviene aclarar que fueron redactadas sin titubeos, hace dos largas centurias, por uno de los pensadores con mayor relevancia de nuestra tradición; y, ciertamente, sus reflexiones han colaborado para consolidar a la institución escolar tal como la conocemos. Pues la educación formal constituyó un importante brazo armado de la Ilustración: además de desdoblar sus ímpetus modernizadores y secularizantes, liberando al soberano de las tinieblas de la ignorancia, también terminó siendo un fuerte movimiento de uniformización cultural, capaz de descalificar y asfixiar bajo su hegemonía racionalista todas las (muchas) manifestaciones consideradas inferiores. Un ejemplo típico de ese proceso es el caso de los idiomas que se impusieron como lenguas nacionales con toda la fuerza de la coacción estatal, aplastando así a los miles de dialectos hablados en los tiempos premodernos, tanto en las comarcas europeas como en sus colonias ultramarinas. La enseñanza impartida en los colegios fue fundamental para asentar esa homogeneización en torno a la norma y bajo la firme tutela de cada Estado, contribuyendo a cimentar los valores compartidos en el territorio delimitado por la simbología nacional.
La democracia representativa exige que los ciudadanos deleguen su poder en aquellos que manejarán de un modo directo los recursos del Estado y tomarán las decisiones políticas capaces de afectar a toda la población del país. Por eso se hizo necesario "educar al soberano" forjando su "conciencia nacional", algo que sólo se podría lograr mediante los relatos referidos a un pasado común a todos los ciudadanos de una misma nación, capaces de constituir cierta identidad ligada a la idea de pueblo. En efecto, en el siglo XIX, el "sujeto de la conciencia" que había sido instituido filosóficamente dos siglos antes devino "sujeto de la conciencia nacional", como una exigencia de la sofisticación del aparato jurídico moderno. Así, en esa "ficción ideológica" de un pasado común que sería causante del presente compartido -un relato generado por el discurso histórico- recayó la función de darle consistencia colectiva a cada pueblo. Y su solemne materialidad se compuso del clásico repertorio escolar: himnos cantados de pie, escudos en las paredes y escarapelas clavadas en el pecho, cuyo uso debía ser tan orgulloso como obligatorio; conmemoraciones patrias engalanadas con feriados y actos presididos por abanderados, escoltas y circunspectas declamaciones; manuales o libros de lectura plagados de relatos edificantes sobre próceres, heroísmos y gestas patrióticas; e, inclusive, museos y monumentos para ser visitados en las esporádicas excursiones extramuros.
Para que todo eso pudiera fructificar con los contundentes sentidos que tal mitología supo conquistar en aquel período histórico, había que plantar una semilla muy especial en la tierra fértil constituida por cada niño escolarizado. Mediante la enseñanza de la historia y la ritualización de las celebraciones escolares, debía lograrse que brotara en cada futuro ciudadano la conciencia de la identidad nacional. Cabe recordar que en la palabra discípulo resuena su raigambre disciplinaria, cuyo origen etimológico remite a discere y pueris , decir a los infantes: explicarles lo que está bien y lo que está mal, inculcándoles lo que se suponía que deberían saber y hacer. En esa misma línea, no es casual que el curioso vocablo alumno esconda lazos significantes que lo atan a la estirpe ilustrada, ya que su etimología revela la falta de luz y la necesidad de ser iluminado: a-lumno . Además de recalcar ese linaje filológico que revela la plasticidad del alumnado y su capacidad de ser cultivado, cabe recalcar el papel crucial desempeñado por el Estado en esos procesos. Al fin y al cabo, esa entidad alcanzó la envergadura de una megainstitución, constituyendo un suelo firme capaz de dar sentido y garantizar el buen funcionamiento de todas las demás instituciones, en torno de las cuales se organizó la sociedad moderna, tales como la familia, la escuela, la fábrica, el ejército y la prisión.
En ese contexto histórico, cuyas bases hoy parecen disolverse en contacto fluido con las lógicas del consumo y los medios de comunicación, el Estado encarnaba la solidez de lo instituido que era, al mismo tiempo, fuertemente instituyente. De su sobria investidura surgía la ley universal, bajo cuyo amparo se gestó un tipo de subjetividad que algunos autores denominan precisamente "estatal" o, incluso, "pedagógica". Según el historiador y filósofo argentino Ignacio Lewkowicz, por ejemplo, "el Estado-nación delegaba en sus dispositivos institucionales la producción y reproducción de su soporte subjetivo: el ciudadano". Ese tipo de sujeto era tanto la fuente como el efecto del principio democrático que postulaba la igualdad ante la ley; es decir, un individuo constituido en torno a ese código, que a su vez se apoyaba en dos instituciones clave: la familia y la escuela, ambas encargadas de engendrar a los ciudadanos del mañana. Se trata, por tanto, de un peculiar modo de ser y estar en el mundo que se iba formando minuciosamente desde el nacimiento de cada individuo, para que en su progresivo desarrollo hacia la adultez éste fuera capaz de transitar entre todas esas instituciones hermanadas por idéntico fin, usando el mismo lenguaje y alineadas bajo una causa común. Por eso, cuando atravesaban por primera vez el circunspecto pórtico escolar, vestidos con sus guardapolvos blancos y esgrimiendo sus valijitas colmadas de útiles, los pequeños en edad escolar ya venían preparados gracias a un modelaje previo que ocurría entre las paredes del hogar. Y algo similar sucedía en la transición del colegio hacia la universidad o la fábrica: todos esos recintos eran compatibles entre sí y con su respectivo material humano, ya que todos funcionaban según la misma lógica.
En virtud de ese encadenamiento, "cada una de las instituciones operaba sobre las marcas previamente forjadas", explica Lewkowicz, asegurando y reforzando así la eficacia de la operatoria disciplinaria: "la escuela trabajaba sobre las marcaciones familiares; la fábrica, sobre las modulaciones escolares; la prisión, sobre las molduras hospitalarias". En ese sentido, cada una de esas instituciones podría pensarse como un dispositivo, que exigía a los sujetos la tenencia de ciertos rasgos y la ejecución de determinadas operaciones para permanecer en ellas. Además de producir las subjetividades de sus habitantes en la práctica cotidiana de ese conjunto de actos y gestos, el mismo dispositivo se consolida en su accionar: ambos se fabrican al unísono. De ese modo, ya convenientemente disciplinados, instruidos, civilizados y moralizados -retomando los cuatro pilares pedagógicos destacados por Kant-, podían ingresar a cada una de esas instituciones equipados con las premisas que las guiaban. Comprendían así sus códigos y eran capaces de ponerlos en práctica, más allá de las peculiaridades o novedades encontradas en cada caso; y, desde luego, a pesar de las singularidades individuales y de la capacidad de resistencia que también resultaba esencial para movilizar tal aparataje. Al dirigirse hacia cada nueva instancia, dichos rasgos deberían reforzarse en el ciudadano en cuestión, depurando de esa forma la configuración de subjetividades crecientemente compatibles con esos modos de vida. La pérdida de eficacia en el funcionamiento bien aceitado de los engranajes disciplinarios es, justamente, uno de los indicios de la crisis actual. Un ingrediente primordial de ese deterioro es el debilitamiento del Estado en su papel de megainstitución capaz de avalar y dotar de sentido a todas las demás. En consonancia con ese declive, pierden peso y gravedad las investiduras que recubrían a figuras clave de la autoridad moderna como el padre y el maestro, por ejemplo, cuyas definiciones, atributos y potencias mutaron ampliamente en los últimos tiempos. De manera que la incompatibilidad aquí sugerida -entre la escuela como una tecnología de (otra) época y los chicos de hoy- sería un indicio sumamente elocuente de ese desajuste histórico que vivimos..
jueves, 21 de junio de 2012
ESTUDIO Nº 3 "LA CAMPANELLA" DE LISTZ - NOBUYUKI TSUJII
Nobuyuki Tsujii es un pianista y compositor japonés nacido el 13 de setiembre de 1988.
Aunque nació con la desventaja de ser ciego, siempre tuvo gran talento para la música. Se dice que a los 2 años ya tocaba en un piano de juguete una canción de navidad.
En este video lo vemos interpretando el estudio nº 3 "La Campanella" de Nicollò Paganini .
Escuchen la ovación final que es muy larga y merecida.
Ojalá les guste y relaje esta magnífica interpretación musical
Puedes ver a un gran pianista interpretando la "Campanella", compuesta por el genial violinista genovés Nicollò Paganini y transcrita para el que, según los entendidos, ha sido el intérprete más virtuoso de piano de todos los tiempos, el húngaro Franz Lizt, del cual se dice que alcanzaba dos octavas del piano con cada mano.
Si además, como en éste caso, el intérprete es un joven CIEGO Y AFECTADO CON EL SINDROME DE DOWN, estamos presenciando una genialidad en su sentido más estricto.
Cuando termina la interpretación y saluda, se tiene que agarrar al piano para orientarse y resulta curiosísimo observar como se mueven los dedos como si tuvieran vida propia.
La obra dura seis minutos (se te pasarán en un momento), supongo que los aplausos más del doble pues están cortados y también supongo que al aprendizaje le habrá dedicado más de diez horas al día desde que empezó a andar. Pero en cualquier caso parece como si alguien le hubiera querido compensar con este don.
Cuando termina la interpretación y saluda, se tiene que agarrar al piano para orientarse y resulta curiosísimo observar como se mueven los dedos como si tuvieran vida propia.
La obra dura seis minutos (se te pasarán en un momento), supongo que los aplausos más del doble pues están cortados y también supongo que al aprendizaje le habrá dedicado más de diez horas al día desde que empezó a andar. Pero en cualquier caso parece como si alguien le hubiera querido compensar con este don.
Espero que lo disfruten y que les guste y emocione tanto como a mí.
miércoles, 20 de junio de 2012
UNA PASIÓN MÍSTICA
La bandera de la República Argentina fue creada por Manuel Belgrano, quien la diseñó con los colores de la escarapela nacional, celeste y blanca, y la enarboló por primera vez en la ciudad de Rosario el 27 de febrero de 1812. A pesar de que esa es la fecha de creación de la bandera nacional, el Día de la Bandera se conmemora el 20 de junio en recuerdo de la fecha de fallecimiento de su creador.
LA BANDERA
De acuerdo con la tradición, la escarapela argentina surgió durante la Revolución de Mayo de 1810, cuando Domingo French y Antonio Beruti repartían cintas entre los adherentes al movimiento. Una hipótesis sostiene que esas insignias eran rojas y blancas y tenían también la figura del rey depuesto (al que los protagonistas de las jornadas de Mayo juraban lealtad), otra afirma que eran celestes y blancas, inspiradas en los colores que identifican a la dinastía de los Borbones. En 1811, las tropas revolucionarias a las órdenes de Manuel Belgrano comenzaron a utilizar una escarapela bicolor celeste y blanco para diferenciarse de los ejércitos realistas que utilizaban el rojo.
El 27 de febrero de 1812, Belgrano estableció baterías de artillería en ambas orillas del río Paraná, próximas a Villa del Rosario (la actual ciudad de Rosario). Allí mismo, decidió enarbolar por primera vez la bandera de su creación. Esa primera bandera argentina habría sido confeccionada por una vecina de Villa del Rosario, María Catalina Echevarría de Vidal, e izada por Cosme Maciel, también vecino del lugar.
La bandera fue adoptada oficialmente como símbolo de la República Argentina el 20 de julio de 1816 por el Congreso General Constituyente de San Miguel de Tucumán, que había proclamado el 9 de julio de 1816 la Independencia argentina. La primera bandera constaba de un cuadro celeste cosido a un cuadro blanco de igual tamaño, ambos de medidas imprecisas. Se cambió paulatinamente al diseño de franjas horizontales debido a que en ocasiones las banderas eran de tamaños desproporcionados y debían izarse de formas distintas. En 1818, durante el gobierno de Juan Martín de Pueyrredón, se definió la bandera mayor (sólo pueden lucirla los edificios públicos y el Ejército), incluyendo en el diseño celeste y blanco un sol central con rostro humano, de color oro amarillo, con treinta y dos rayos. Este diseño del sol se debe al orfebre peruano Juan de Dios Rivera, quien adoptó el símbolo del Inti o Sol inca como emblema de la nación argentina. Manuel Belgrano aceptó este añadido, llamado Sol de Mayo.
El 27 de febrero de 1812, Belgrano estableció baterías de artillería en ambas orillas del río Paraná, próximas a Villa del Rosario (la actual ciudad de Rosario). Allí mismo, decidió enarbolar por primera vez la bandera de su creación. Esa primera bandera argentina habría sido confeccionada por una vecina de Villa del Rosario, María Catalina Echevarría de Vidal, e izada por Cosme Maciel, también vecino del lugar.
La bandera fue adoptada oficialmente como símbolo de la República Argentina el 20 de julio de 1816 por el Congreso General Constituyente de San Miguel de Tucumán, que había proclamado el 9 de julio de 1816 la Independencia argentina. La primera bandera constaba de un cuadro celeste cosido a un cuadro blanco de igual tamaño, ambos de medidas imprecisas. Se cambió paulatinamente al diseño de franjas horizontales debido a que en ocasiones las banderas eran de tamaños desproporcionados y debían izarse de formas distintas. En 1818, durante el gobierno de Juan Martín de Pueyrredón, se definió la bandera mayor (sólo pueden lucirla los edificios públicos y el Ejército), incluyendo en el diseño celeste y blanco un sol central con rostro humano, de color oro amarillo, con treinta y dos rayos. Este diseño del sol se debe al orfebre peruano Juan de Dios Rivera, quien adoptó el símbolo del Inti o Sol inca como emblema de la nación argentina. Manuel Belgrano aceptó este añadido, llamado Sol de Mayo.
Sol de Mayo
|
MANUEL BELGRANO
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires. Estudió en el Colegio Real de San Carlos (hoy Colegio Nacional de Buenos Aires) y luego se trasladó a Europa, donde estudió Derecho entre 1786 y 1793 en las universidades de Salamanca y Valladolid. Luego fue nombrado secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires, donde ejerció ese cargo entre 1794 y 1810. Durante su gestión, se enfrentó a los comerciantes monopolistas y fundó una Escuela de Náutica, una Academia de Geometría y Dibujo y una Escuela de Comercio.
Tras la Revolución de Mayo, fue designado general por la Primera Junta, de la que fue vocal, y encabezó campañas en Paraguay, el Litoral, Tucumán, Salta, Jujuy, donde encabezó un éxodo con el objetivo de dejar a las tropas realistas sin recursos, y también en el Alto Perú. Luego de desempeñarse como militar, fue enviado como representante diplomático a Europa, con el objetivo de obtener apoyo de algunas potencias extranjeras para la causa revolucionaria, aunque sus gestiones tuvieron escaso éxito. A su regreso, volvió a integrar el Ejército del Norte. Sin embargo, su deteriorado estado de saludo y la crisis política de las Provincias Unidas del Río de la Plata lo obligaron a retornar a Buenos Aires, donde murió, en la pobreza, el 20 de junio de 1820.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires. Estudió en el Colegio Real de San Carlos (hoy Colegio Nacional de Buenos Aires) y luego se trasladó a Europa, donde estudió Derecho entre 1786 y 1793 en las universidades de Salamanca y Valladolid. Luego fue nombrado secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires, donde ejerció ese cargo entre 1794 y 1810. Durante su gestión, se enfrentó a los comerciantes monopolistas y fundó una Escuela de Náutica, una Academia de Geometría y Dibujo y una Escuela de Comercio.
Tras la Revolución de Mayo, fue designado general por la Primera Junta, de la que fue vocal, y encabezó campañas en Paraguay, el Litoral, Tucumán, Salta, Jujuy, donde encabezó un éxodo con el objetivo de dejar a las tropas realistas sin recursos, y también en el Alto Perú. Luego de desempeñarse como militar, fue enviado como representante diplomático a Europa, con el objetivo de obtener apoyo de algunas potencias extranjeras para la causa revolucionaria, aunque sus gestiones tuvieron escaso éxito. A su regreso, volvió a integrar el Ejército del Norte. Sin embargo, su deteriorado estado de saludo y la crisis política de las Provincias Unidas del Río de la Plata lo obligaron a retornar a Buenos Aires, donde murió, en la pobreza, el 20 de junio de 1820.
Mausoleo de Belgrano, Buenos Aires |
Estatua ecuestre de Belgrano en
Plaza de Mayo, Buenos Aires. |
martes, 19 de junio de 2012
Marcha a la bandera de la Nacion Argentina
Juan Enrique Chassaing fue un abogado, militar, político, periodista y poeta argentino.
En 1852, cuando tenía 13 años de edad, ganó un concurso realizado en su escuela, escribiendo la oración "A mi bandera".
En 1900 su letra fue ligeramente modificada (debido a su tendencia antiespañola). Se cambió el verso -con España sus vínculos rompió- por -con valor sus vínculos rompió-
En 1906, el clarinetista Juan Imbroisi, que era director de la banda del Séptimo Regimiento de Infantería, la musicalizó como marcha en un compás de 12/8.
sábado, 9 de junio de 2012
ESTELA RAVAL y Los Cinco Latinos " A MI MANERA "
Estela Raval, una de las cantantes más importantes del bolero y la canción romántica nacional e internacional, falleció esta tarde en la Clínica Bazterrica y sus restos serán velados en la Legislatura porteña. Raval, quien padecía de cáncer, se encontraba internada hacía más de una semana debido a que su salud se había complicado producto de una infección urinaria.
Hace diez años que la cantante luchaba contra el cáncer de mama y sobrellevaba la enfermedad con tratamientos de quimioterapia.
Ayer se especulaba con que Raval abandonaría la clínica, pero su cuadro se agravó producto de una insuficiencia respiratoria, según el parte médico de la clínica.
Estela Raval nació el 19 de mayo de 1935 en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Desde pequeña se destacó como cantante y comenzó a actuar de manera profesional a los 12 años junto son su hermano Manuel "el Colorado" Ravallo (bandoneonista). Así recorrió el país interpretando piezas del folclore.
Ya con el nombre artístico de Estela Raval, puesto por su padre, a comienzos de los años 50, integra el trío Las Alondras, con quienes visitó algunos países limítrofes.
Como integrante de los Cinco Latinos, Raval debutó en el teatro Tabarís el 22 de mayo de 1957, junto con Ricardo Romero (director, coros y trompetista), Hector Buonsanti (coros saxo alto y clarinete), Mariano Crisiglione (saxo barítono y tenor del grupo) y Jorge Francisco Pataro (trombón y coros).
En 1970, Estela Raval inicia su carrera como solista, acompañada por quien era su esposo, Ricardo Romero.
Más adelante se une nuevamente a los Cinco Latinos y realiza una carrera paralela en solitario. Sus últimos shows en vivo fueron en 2011y su última participación en un espectáculo junto con otras estrellas fue en Exitante, en donde se destacó.
Uno de los últimos trabajos de Estela Raval fue en 2010, en el espectáculo Exitante de Miguel Angel Cherutti y Nito Artaza. Allí compartió cartel junto con los cómicos, "El Bicho" Gómez, Flavio Mendoza y las vedettes Adabel Guerrero y Cintia Fernández.
La estrella de Los Cinco Latinos protagonizaba ese espectáculo cuando su salud se agravó en el último verano, por lo que suspendió su participación en él.
El miércoles pasado, y debido a la grave situación de la cantante, la familia había emitido un comunicado a los fans a través del Facebook de la artista. En él, los familiares agradecían las muestras de afecto y buenos deseos para con la cantante.
LA NACIÓN-05/06/2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)