miércoles, 4 de abril de 2012

Beethoven por Alexander Panizza‏

El conjunto de 32 sonatas que Beethoven escribió entre 1792 y 1822 constituye una minuciosa autobiografía y una colosal "novela de formación", género tan de moda en esa época. En ese ciclo, el compositor puso, para usar una frase posterior de Charles Baudelaire, su "corazón al desnudo" y, a la vez, contó una relación, la que él mismo mantuvo con el piano, el instrumento confesional por excelencia. Entre abril y noviembre de 2010, en el Teatro Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España, a orillas del río Paraná, Alexander Panizza distribuyó en ocho conciertos una integral de ese ciclo tan transitado y, sin embargo, persistentemente inasible. La Municipalidad de Rosario y el sello :e(m)r; acaban de publicar los tres primeros volúmenes (seis discos en total), de una serie que se completará con otras tres cajas dobles y que recupera esos registros en vivo con un sonido espléndido. La publicación, como los conciertos mismos, sigue un orden estrictamente cronológico: esta primera entrega empieza con la sonata opus 2 y llega a la opus 28.


La lectura de Panizza es titánica y valiente. No se ampara en la comodidad de reproducir enfoques anteriores y encuentra su propia voz en la imperiosa voz beethoveniana. No es simplemente una cuestión de virtuosismo, aun cuando el virtuosismo sea la condición de posibilidad de muchas de las sonatas. Panizza despliega más bien un arte de las resonancias; resonancias en el interior de cada sonata y entre las sonatas mismas. Un ejemplo es el final del primer movimiento de la sonata opus 27 n° 2: el Allegretto empieza cuando todavía no terminó de disiparse del todo el Adagio. Pero la resonancia mayor es la del conjunto: Panizza parece haber pensado cada sonata en relación con las demás, como estaciones de un recorrido unificado.
Las notas que acompañan los discos, ejemplo de concisión y perspicacia, son del propio pianista. Si bien no ofrece allí detalles acerca de sus elecciones interpretativas, sus observaciones sobre cada sonata desnudan el modo en que las entiende. Cuando leemos que, para él, la Pastoral es "un fresco de profunda serenidad, una naturaleza sin la presencia del hombre", entendemos enseguida por qué la aparente inhumanidad de la lectura (una especie de distancia objetiva) alude justamente a aquello humano que está ausente. Panizza es capaz de los giros más abruptos y de la mayor sutileza. Parece no haber secretos para él: en el movimiento central de la Patética logra la atmósfera de un auténtico lied , y en el rondó de la sonata opus 10 n° 3, después del oscurísimo "Largo", uno de los momentos más melancólicos de toda la música de Beethoven, realiza admirablemente ese aire de fantasía o de improvisación feliz.
La interpretación del ciclo acaso sea una tarea para toda una vida: un espejo que interpela a los pianistas. Panizza consigue que lo reconozcamos reflejado en ese espejo.

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