Hay música para todos los gustos, y para todos los sentidos,
ahora que se pregona la crisis, una en concreto que parece llevar durando desde
hace varios quinquenios, se escucha más música que nunca, y casi resulta
extraño caminar por una acera del centro de la ciudad y que más de una persona
seguida no lleve auriculares. Y entre todos esos océanos existe música de todos
los colores, música enlatada para digerirla como las hamburguesas o las
películas con muchos efectos especiales, sin pensarlo ni analizarlo, como si
formase parte de cualquier acto cotidiano más, automático, sin capacidad para
entregarse al hecho de escucharla.
Y entre todo eso, también hay música tan pretendidamente elaborada que resulta
insoportable reconocer en los acordes, en las frases, en la forma de venderla,
la pretensión, la sensación casi irónica de la condescendencia del que ha
elaborado aquello probablemente pensando que no tenía más remedio aunque no
existan oídos lo suficientemente educados para poder asimilar aquello.
Afortunadamente también podemos encontrarnos con mucho más de algo que no es ni
lo uno ni lo otro, que solo es, que no es poco, música, que proporciona
sensaciones, a cada cual las suyas, con esa diferencial forma en que una misma
estrofa, un sonido, un mismo instrumento, puede conseguir despertar tantas
asociaciones distintas como personas la estén escuchando.
Sobre algo así se puede pasar una madrugada tenue, larga y lenta como la de
cualquier noche de verano detenida en el tiempo, discutiendo con la suavidad del
tacto de la piel si esa voz suena como una prenda de ropa al caer contra el
suelo, o como un bostezo perezoso al despuntar el día con el salitre
disolviéndose en las cortinas de gasa de esa habitación que espera impaciente
para traducir adecuadamente a qué suena esta canción.
Le monstre_Madjo